Tres semanas después del paso del huracán Ian por Cuba, San Juan y Martínez, municipio entre los más afectados de Pinar del Río, muestra contrastes que van del impacto del meteoro al impulso de quienes buscan salvar la esperanza.
Allí, en esas comunidades rurales donde resulta más difícil llegar, muchas personas permanecen sin techo, electricidad y acceso sostenido al abastecimiento de agua; se observan múltiples hogares con derrumbes parciales o totales, árboles caídos, daños de bienes personales, así como centros educativos y de salud inhabilitados.
En la región conocida internacionalmente como la Meca del Tabaco, los daños económicos también son notables: la tormenta afectó más de 250 casas de procesamiento y amplias extensiones de las vegas con el importante sembrado, por lo que para muchos la principal vía de sustento está paralizada.
Los destrozos son el reflejo de una madrugada que muchos pobladores de la zona describen como “la peor de sus vidas”. El fenómeno meteorológico, que para algunos llegó de sorpresa, dejó huellas imborrables en la memoria colectiva.
En el caserío de La Verbena, María pasó la noche del 27 de septiembre “con el susto en el cuerpo”, sentada junto a su esposo bajo la meseta de la cocina, mientras Ian se llevaba poco a poco el techo de la vivienda y muchas de las pertenencias.
“A las 12 de la noche empezó el vendaval, y menos de una hora después el techo ya no estaba. Era nuevo, porque mi casa estaba en construcción, pero ni así. La madrugada fue negra”, contó.
LOS PRIMEROS PASOS
Con vientos de más de 200 kilómetros por hora, el huracán de categoría tres de la escala Saffir-Simpson dejó en el piso 242 transformadores eléctricos, el 43 por ciento de los existentes en San Juan y Martínez, y casi mil 500 postes, un tercio de los afectados en la provincia.
El director de la Empresa Eléctrica de Granma, Geider Mompié, designado para liderar la recuperación eléctrica en ese municipio, comentó a Prensa Latina cómo las labores para reconectar la zona al Sistema Eléctrico Nacional resultaron más complejas con esos daños como precedente.
Cuando conversamos, el 20 de octubre, hacía solo un par de días que habían comenzado a detectar y reparar accidentes específicos en los barrios, por lo que el restablecimiento del servicio eléctrico llegaba a un 29 por ciento de la localidad.
En sentido general, las señales de recuperación tardan en una zona que sufre los más graves impactos del meteoro.
Además, Ian complejizó las condiciones de vida en comunidades que ya arrastraban las consecuencias de una crisis económica y eléctrica profundizada por la pandemia de Covid-19 y el bloqueo de los Estados Unidos.
La gente de allí no pasa tiempos fáciles, queda mucho por hacer y a veces la tristeza y la desesperanza son demasiado palpables. Por suerte, también llegan otras ayudas.
MÁS PA´LANTE VIVE GENTE
Hasta San Juan y Martínez ya llegan donaciones de instituciones, organismos, iglesias y asociaciones diversas.
El proyecto Faro, compuesto por jóvenes pinareños de diversos sectores, identifica las familias y comunidades más afectadas para compartir allí un poco de lo que se tiene. “Más pa´lante vive gente”, insisten, y hacia allí llevan grupos de apoyo que vienen de todas partes para dejar, al menos, esperanzas.
Bajo su guía, una representación del Grupo Empresarial Palco y la agencia de noticias Prensa Latina, en colaboración con la dirección nacional de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), entregó donativos en más de 10 comunidades.
Tres decenas de colchones, cinco televisores, alimentos, ropas, aseo y juguetes, entre otros artículos, se distribuyeron en comunidades como El Jíbaro, La Verbena, La Tea, Las Cenizas, El Corojal, Manacas y también monte adentro, en hogares aislados donde no llegan ni los caminos.
Además, se entregaron alimentos a una brigada de linieros de Granma y más de un centenar de trabajadores de apoyo de varias provincias -obreros eléctricos, de recursos hidráulicos, de viales- que laboran en la recuperación del territorio occidental.
EN BUSCA DE LA ESPERANZA
Parada en la entrada de su casa de madera, donde vive con el esposo muy anciano y dos hijos en situación de discapacidad, Ana Julia mira con sorpresa al variopinto grupo que llega con dos colchones sobre sus cabezas, alimentos, productos de aseo y dos pomos de pastillas que no se consiguen ni con largas colas en la farmacia.
Así, con esa voz que tienen las abuelas cuando encuentran a sus nietos haciendo travesuras, exclama: “Oye, espérate, pero… ¿ustedes traen dos colchones cameros? ¿Y para qué yo quiero dos colchones si nada más tengo una cama?”. No entiende de lujos y supone que, quizás, otros puedan aprovecharlo mejor.
Cuando el grupo le insiste, entra a la casa y acomoda todo en el espacio disponible, agradece una y otra vez a “esta gente que viene de tan lejos”. Tampoco hace falta, la mezcla de sus ojos mojados y una sonrisa impactante hablan por ella.
En medio de una situación tan compleja, donde los destrozos del huracán Ian aún están latentes y las labores de recuperación no avanzan tan rápido como se quisiera, a quienes llegan de afuera les sorprende la gratitud y la solidaridad de quienes son los más afectados.
Como Ana Julia, que dice no necesitar los dos colchones; o Yadiana, que tras ver la destrucción en la escuela donde da clases, recibe a sus 16 alumnos de quinto grado en la sala de su casa; o Iván, el enlace del Faro allí, que con parte de su vivienda destruida, ofrece una lista de “esos casos donde realmente la gente está muy mal”.
En San Juan y Martínez, entonces, hay aún muchas reservas de bondad. Porque Marielis lleva tres semanas sin luz, tiene agua intermitente y perdió parte de su techo, pero cocinó un caldero de comida para el grupo que solo vino a ayudar por un día. Porque, a veces, la esperanza sabe como un buen plato de chícharos.