Son el futuro, los que saben querer, la esperanza del mundo… los que desde que abren sus ojos al mundo y sin proponérselo, dictan el destino de tus pasos. Son los que te roban el corazón con una sola sonrisa, luego te roban la vida y la ofreces gustosa, conforme.
Cabecitas inquietas que lo cuestionan todo, diminutas criaturas que te ponen en aprietos ante las preguntas más simples, aparentemente. Pícaros diablillos que revolotean sin reposo y arrasan, cual vendaval veraniego, con cualquier intento inútil de orden en el hogar.
Son la alegría de la casa, intocables consentidos de los abuelos, ingenuos pedacitos de ternura que tienen espacio en sus corazones para amar al universo. Soñadores constantes, honestos sin parangón, manipuladores profesionales de adultos, genios en miniatura; caprichosos, simpáticos, sabios…
Son luces multicolores que alumbran la faz de la Tierra. Nosotros, los guardianes que debemos velar porque mantengan siempre su brillo, su fuerza, su calor; porque crezcan y se conviertan en gigantes.
“Los niños son como las estrellas, nunca hay suficientes” decía la madre Teresa de Calcuta. Tampoco son suficientes las fechas para celebrar su día. Ellos las merecen todas, para ellos vivimos, luchamos. Por ellos sufrimos, temblamos, lloramos, amamos…
No hay nada más importante que un niño. No existe mayor placer que disfrutar de una carita feliz mientras duerme o una carcajada nocturna mientras sueña.
Son ellos dueños de todos los derechos. El único que no tienen es el de ser infelices.