Desde la seguridad y protección que me da la ventana de mi cuarto, veo cómo un grupo de personas avanza por la calle. Gran parte son niños. Sus cabecitas sobresalen por entre racimos de globos blancos y rojos. No tengo la seguridad de dónde vienen, pero su alegría, vestuario y los globos, me indican que hace poco deben haber estado en un cumpleaños.
Y me transmiten su euforia de infantes, que solo dura por un segundo. Cuando recuerdo el momento que vivimos, la situación de alarma en tantos lugares y la cifra de personas que han perdido la batalla; la alegría es despojada por la preocupación, no solo de lo que sucede, sino de la manera irresponsable en que muchos lo están asumiendo.
En estos días las noticias, lamentablemente, giran en todo el mundo en torno a un mismo tema. Desde finales de diciembre la Covid19 acapara titulares y atención. Se fue extendiendo sigilosamente y hoy tiene presencia en todos los continentes del planeta.
A Cuba llegó desde hace alrededor de dos semanas y desde el primer instante la dinámica del país cambió, pues por la experiencia de China, Italia, España, Estados Unidos, se sabía que no actuar consecuentemente traería serias repercusiones. Cada día el gobierno ha tomado nuevas medidas para evitar la propagación de la enfermedad.
Hasta hoy hemos cerrado la frontera a turistas extranjeros y quienes no posean residencia en Cuba, el curso escolar se detuvo por un mes, todo el Sistema de Atención Primaria de Salud está movilizado en función de las pesquisas activas, se abren centros de aislamiento para todo cubano que llegue permanezca en ellos durante 14 días y se practican en todos los centros públicos medidas higiénico sanitarias.
Pero aún no es suficiente y no podemos dejarlo todo en manos del Estado. Implica además una buena dosis de conciencia, compromiso y responsabilidad social.
Sería injusto no reconocer que muchos sí asumen la parte que les toca y desde ya, siempre que su trabajo lo permita, permanecen en sus casas, salen lo menos posible y encomiendan a un solo miembro del hogar la compra de víveres o artículos necesarios.
Pero hay un grupo grande que ve la situación, no sé, como un juego será. Quizás porque para ellos el número de casos no es tan alarmante, o porque afortunadamente solo han fallecido dos de los pacientes contagiados y no nos hemos golpeado contra la dura y desoladora cifra de más de 600 muertos en un día como en Italia, o porque ninguno de nuestros familiares o amigos ha enfermado aún. ¿Eso es lo que requieren para reconocer el grave peligro al que estamos expuestos?
Necesitan acaso verse cara a cara con la Covid19 para darse cuenta de lo fácil que es lavarse las manos, desinfectar los objetos que usamos, estar en casa, dejarnos de dar besos o estrechar la mano (que sí, está intrínsecamente ligado a la esencia del cubano, nos define nuestro modo de ser afable y es difícil luchar contra costumbres, buenas por demás, aprendidas desde la cuna; pero en tiempos como los que corren el sentido de supervivencia tiene que estar por encima de todo).
Desde los primeros días por cada espacio de comunicación se ha solicitado, casi rogado con amabilidad, que por el bien de todos nos quedemos en casa, pues es demostrada la efectividad del aislamiento social para frenar el contagio y cortar las cadenas de transmisión.
Pero definitivamente no solo en las películas de desastres la raza humana es temeraria. En cuántas ocasiones hemos criticado a guionistas y directores de cine pues resultaba poco creíble que ante un peligro extremo los protagonistas no se cuidaran. Y en estos momentos, no de fin del mundo, pero de peligro grave, vemos cómo las personas lo toman como si no pasara nada.
Y sí, sabemos que a la calle hay que salir, que necesitamos alimentos y productos de aseo personal, que muchos no pueden aplicar la modalidad de teletrabajo; pero no se trata de recluirnos en un modo de confinamiento estricto y radical. La cuestión es no hacerlo innecesariamente. La casa, ahora, es el lugar más seguro.
¿Tienes que ir al trabajo, necesitas comprar el medicamento de la presión o se acabó el arroz o el detergente? Sal de casa y cuando termine tu jornada laboral o encuentres lo que buscabas, regresa. Si en el camino te “encuentras” con una cola, no estimules la aglomeración, recuerda que es necesario la distancia de al menos un metro entre cada uno.
Ahora no es momento de tomar un café con los amigos, ir a la peluquería, participar en la peña deportiva de la esquina o visitar a la abuela porque hace días no la ves. Ni tampoco lo es para dejar que el niño vaya a jugar a casa del amiguito, bajar por la noche a “echar” un partidito de dominó o comernos a besos.
Seamos conscientes, cuidémonos a nosotros mismos y lo estaremos haciendo también por nuestra familia, amigos, vecinos. Si los cubanos nos hemos caracterizado siempre por la complicidad, por ayudarnos entre todos, “porque cuando se me acabó la sal, mi vecina me regaló un poquito” o por el “voy a llevarle esta sopita a Pepe el de enfrente que lleva días sintiéndose mal”; este no es momento de hacer la diferencia. Ahora lo que todos necesitamos compartir es la responsabilidad. Demostraremos amor guardando distancias.
A ello nos ha obligado este nuevo virus, pero no será razón para dejar de querernos. Cuando todo pase, que pasará, volveremos a ser los mismos de siempre. A regalar besos hasta a los desconocidos, a conversar pegaditos mientras llega la guagua, a reunirnos en casa de Marta, porque es la que más rico hace el café de todo el edificio, a abrazarnos tan fuerte que se nos olvide el tiempo en que un organismo microscópico nos obligó a dejar de ser nosotros mismos y casi paró al mundo. Y ojalá también aprendamos, todos, a poner la vida en perspectiva y darle más importancia a esos detalles aparentemente insignificantes que hoy, nos están negando.
Podrá parecer difícil, pero podemos lograrlo. Hoy te están diciendo que puedes salvar al mundo desde la tranquilidad de tu casa. Seamos todos ese nuevo tipo de súper héroe. Yo me quedo en casa ¿y tú?