La lógica incontestable de la infancia: en una parada de la Villa Panamericana, un niño que no debería tener más de cinco años interrogaba a la que parecía ser su abuela.
—¿Por qué tengo que felicitar a mi abuelo en el día de los padres, si él no es mi papá?
—Porque él es el papá de tu papá. O sea, es como si fuera tu papá dos veces.
—¿Y el papá de mi abuelo es como mi papá tres veces?
—Bueno, más o menos…
—¿Y el papá del papá de mi abuelo es como mi abuelo cuatro veces?
—Digamos que sería tu tatarabuelo.
—Al final los papás son como infinitos.
—Sí, ese es un oficio interminable…
—Me gustaría saber quién fue mi primer papá. Y quisiera saber quien fue el papá de mi primer papá, porque seguro que tuvo que tener un papá…
—Tú lo que me vas a volver loca a mí…