Muchos fueron los cubanos que dentro y fuera de la Isla siguieron las sesiones de la Asamblea Nacional. Una cita que pulsa la realidad del país desde cada rincón, aunque otros tantos no lo crean así.
Mas, resulta difícil en apenas una semana revisar cuánto incide en la vida de los que aquí residimos y en la de otros que permanecen fuera de fronteras: desde las políticas sociales, la producción de alimentos, el aprovechamiento de las capacidades productivas y de los suelos, la norma jurídica para el desarrollo de la empresa estatal, hasta la aprobación de un grupo de leyes determinantes para el futuro de Cuba, estuvieron en el plan de trabajo.
Pero la Asamblea no es solo el hecho de votar una ley, de alzar una mano, de cumplir con un cronograma legislativo. La Asamblea debía ser, en todo caso, un ejercicio de crítica profunda y constructiva en pos de tener un futuro mejor, ese que a ratos se dibuja lejano entre carencias y apagones.
Por ello quedó claro que hay que pasar de los proyectos a la acción, porque en esa dilación de la toma de decisiones nos va la vida; que no puede haber tregua contra las ilegalidades, la corrupción, los enriquecimientos a costa del sudor ajeno, “vengan de donde vengan”, diría el Presidente, y que la tolerancia es cero ante los indolentes, los abusadores.
Tampoco puede haber espacio para la corrupción, ese mal que tanto daño hace al bolsillo y a la moral de quien lo ve pasar sin nadie que le haga frente; ni acomodamientos y zonas de confort a ningún nivel.
El contexto económico es tenso, agravado por sanciones y restricciones, todo un reto para quienes buscan caminos eficaces y eficientes en el logro de riquezas que puedan revertirse en mejores estándares de calidad de vida de ese cubano obrero, médico, maestro, ingeniero… que devenga un salario por lo que hace.
Por esas personas hay que darlo todo: hay que transformar los patrones económicos y desarrollar las políticas; hay que actualizar las carteras de oportunidades; aprovechar las potencialidades del desarrollo local desde una visión integradora de país; buscar nichos de mercado en el exterior y, primero que todo, lograr una estabilización macroeconómica, tan urgente como necesaria, en este escenario inflacionario sin precedentes en el que el trabajador lleva la peor parte.
Y todo no es economía, pues otros males tan preocupantes nos tocan a la puerta disfrazados de resultados de las precariedades monetarias: la delincuencia, la pérdida de valores, el desconocimiento de lo auténtico y nacional; y hacia ello mira también ese espacio que es la Asamblea, la cual tiene la responsabilidad de guiar un país por sus mejores cauces.
Si algo quedó claro en estos días precedentes, es que se es cubano más allá del lugar en el que se viva, porque se trata de una condición a la que se llega por sentimiento y corazón, y que es la unidad de todos ellos, en pos del bienestar del Archipiélago, la que logrará, sin fracturas ni fisuras, una Cuba mejor, con todos, como la que soñó El Apóstol, ese que fue evocado varias veces en las sesiones y sobre el que hay que volver cada día siempre que se quiera edificar un país más justo.
La Ley de Migración, la de Ciudadanía y la de Extranjería ordenan en parte el entramado legislativo vigente. La primera define el estatus de las personas en el territorio nacional; la segunda se erige como la primera de su tipo en Cuba; en tanto, la tercera actualiza normas de 1976.
Estas, más la de Procedimiento Administrativo, una herramienta obligatoria para la Administración Pública, y la Ley de la Transparencia y el Acceso a la Información Pública, se articulan de manera coherente en el enriquecimiento del Estado Socialista de Derecho.
La Ley del Sistema de Títulos Honoríficos y Condecoraciones, por su parte, se ajusta al texto constitucional y ordena las formas más justas para reconocer a los cubanos dignos que sirven a Cuba.