Las nueve horas que duró el trayecto de Cuba a España transcurrieron lentas y calladas para Carlos Marcial Iglesias. Sus compañeros de viaje apenas intercambiaron palabra durante el vuelo. Las medidas de bioseguridad implantadas en todas partes, incluidos los aviones, producen esa sensación de aislamiento e inexplicable soledad.
La calma continuó tras el arribo. El aeropuerto de Madrid-Barajas se le antojó al doctor pinareño un sitio fantasma, desprovisto del andar presuroso de viajeros y los ruidos habituales de una instalación de este tipo.
El grupo de galenos y enfermeros del que formaba parte, fue recibido por Gustavo Machín, embajador de Cuba en España. Luego se dispusieron a abordar los ómnibus con destino al Principado de Andorra, donde apoyarían la labor de los sanitarios locales en la contención de la COVID-19; pero a la salida del aeropuerto los aguardaba una sorpresa que rompió la quietud de las horas anteriores:
“Empezaron a aparecer taxis y más taxis. Sus conductores aplaudían, gritaban ‘¡Que viva Cuba!’ y sonaban sus cláxones al unísono como un saludo para nosotros. No sé si alguien consiguió no llorar en aquel momento”, cuenta Carlos sobre el recibimiento espontáneo de los taxistas madrileños.
A las tres de la mañana llegó con sus compañeros a Andorra, de la cual había escuchado hablar por vez primera apenas un par de días antes, cuando lo llamaron a su casa desde el Centro de Colaboración Médica Cubana para indagar si estaba dispuesto a prestar servicios en ese microestado soberano del suroeste europeo.
-“Bueno, denme unos minutos para consultarlo con mi esposa, que es la que manda aquí”, bromeó a fin de ganar un poco de tiempo para pensar su respuesta. La segunda vez que sonó el teléfono ya había resuelto qué hacer.
-“Pues sí, voy, mi mujer me deja”, contestó al tiempo que La China, su esposa, le hacía señas de negación, temerosa de lo que pudiera pasarle a su amor en esa tierra fuertemente golpeada por la pandemia.
A su llegada al principado, los especialistas cubanos encontraron una crisis epidemiológica sin precedentes: cerca 400 sanitarios enfermos y un sistema de salud a punto de colapsar.
“Me tocó trabajar en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Nostra Senyora de Meritxell. Cada día llegaban nuevos pacientes a esa terapia, lo que provocó que se agotaran pronto las plazas disponibles y nos viéramos precisados de reacomodar la sala para hacer espacio a nuevas camas.
“Se trataba de personas muy graves, todas ventiladas. Algunas no lograron superar la enfermedad, lo cual nos entristeció muchísimo, pero nos batimos con ellas hasta el final.
“Trabajábamos intensamente de lunes a lunes y cada cuarto día hacíamos guardias de 24 horas. El tratamiento de la COVID-19, enfermedad desconocida y nueva, demandó de mucho estudio de parte nuestra. Igualmente, complejo fue aprender el manejo de una infraestructura médica de primer mundo con las cual no estábamos familiarizados.
“Con el paso de los días fueron apareciendo nuevos estudios, empezó a generarse consenso en los tratamientos y disminuyeron los casos, hasta que dimos de alta al último paciente en la UCI.
“Era un placer ver la evolución de los enfermos y devolverlos completamente recuperados a sus seres queridos, como sucedió con Flavio, un sanitario de 41 años que se contagió durante su labor en el hospital.
“28 días permaneció conectado a un ventilador, sin poder respirar por sí mismo. Cuando superó esa fase de gravedad y lo trasladaron a otra sala, nos acercamos a conversar y él, muy débil todavía, lloraba de agradecimiento, no podía creer que estaba vivo”.
La imagen de aquel hombre aferrado a la vida, abrazando a su esposa, otra trabajadora sanitaria, después de días de incertidumbre y dolor, es uno de los recuerdos más bonitos que se llevó Carlos de Andorra.
Haber combatido el coronavirus en la pequeña nación, constituyó un orgullo grande para este colaborador de la brigada Henry Reeve. Es como si toda su vida se hubiera preparado para ese servicio.
No siempre quiso ser médico. De niño rehusaba entrar a los hospitales a visitar a los familiares ingresados, porque le asustaban los procederes y las inyecciones.
Hubiera preferido ser piloto o cualquier otra cosa, pero cambió de opinión cuando lo llevaron a conocer el aula de anatomía de la Facultad de Ciencias Médicas, como parte de esas actividades de orientación vocacional promovidas por su preuniversitario.
“Me gustó todo, hasta el olor. Bastó poner mis pies allí para entender que aquello era lo que quería estudiar, mi vocación de por vida”, confiesa.
Se graduó de especialista en Medicina General Integral, cursó una maestría en Emergencias Médicas y un diplomado en Cuidados Intensivos y trabajó en un hospital rural sudafricano, en el medio de la nada, donde tuvo que practicar cesáreas y hasta atender traumatismos por accidentes. En Lesoto y Brasil lo aguardaron otras experiencias apasionantes y poblaciones desfavorecidas que apenas habían recibido los cuidados de un especialista médico en sus vidas.
Un pedazo de cada uno de esos países, se ha llevado siempre en el alma. De Andorra le admiró la disciplina social, el orden y la limpieza que se respira en las calles y la preocupación de sus habitantes por cultivar la belleza en cada espacio.
El retorno a Cuba sucedió ante sus ojos como una película, al menos de ese modo lo evoca él:
“En el aeropuerto José Martí nos esperaba la viceministra de Salud Pública, Marcia Cobas. Nos convidó a bajar la ventanilla de los ómnibus pues según ella, el pueblo de Cuba iba a recibirnos. ‘Imposible, debajo de este aguacero no va salir nadie’, pensamos; pero estábamos en un error. Las paradas se llenaron. Gente con sombrillas o sin ellas, en shorts, sin zapatos…, nos vitoreaban desde las calles. Debajo de los truenos salieron a nuestro encuentro. Fue muy noble y emocionante ese gesto.
“Después de la cuarentena que pasamos en La Habana, llegó el día de volver a mi natal Pinar Rio. Me acompañaron en ese viaje una enfermera que laboró también en Andorra y dos colaboradoras procedentes de Antigua y Barbuda. Fuimos recibidos con verdadero calor humano por varios colegas y autoridades de la provincia. A todos los veía como en penumbras. Busqué rápidamente la imagen de mi esposa y de mis dos hijos entre la multitud de personas reunidas. Varias palabras de afecto fueron pronunciadas en ese acto para reconocer nuestro esfuerzo; pero yo no hacía más que pensar en el abrazo que estaba a punto de darle a mis seres queridos”.