Sobre homofobia tenemos información, al menos la básica que se necesita para cambiar las posturas heredadas de una cultura machista, patriarcal, que reduce la sexualidad humana solo a su función reproductiva, a la unión del hombre y la mujer para procrear la especie.
Aún sabiéndolo, vestigios de rechazo a las personas con preferencias sexuales por su mismo sexo afloran en cada esquina, barrio, centro de trabajo, escuela, familia. El respeto a la diversidad sexual es uno de esos temas que hace insuficiente a la información frente al poder de los esterotipos y por más esfuerzos y voluntades políticas, aún nos sorprendemos con los comentarios que reducen la conducta y sensibilidad de una persona solo a su preferencia homosexual.
“Qué buen muchacho, qué inteligente, qué bonito, lástima que sea homosexual”, son opiniones ingenuamente peyorativas que escuchamos, a veces, de las personas más instruidas o de aquellas que están directamente vinculadas a la gestión política, educativa o social del país, lo que resulta más lamentable, ya que el respeto y la equidad son principios fundacionales de nuestro proyecto.
Hasta apenas el año 1973, ser homosexual era considerado una psicopatología. Fue el 17 de mayo de ese año que se abolió de los manuales de Psiquiatría y en 1990 la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud legitimó la fecha como el Día Internacional contra la Homofobia, que convoca acciones encaminadas a denunciar la discriminación, así como a exigir libertad e igualdad para las minorías sexuales y de género en el orbe.
Cuba no ha estado periférica a las jornadas globales. Con el impulso del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) se han realizado campañas que aglutinan a los gobiernos, medios de comunicación, sector educacional, la cultura y sus manifestaciones, universidades y organizaciones políticas y de masas.
Pinar del Río vivió la experiencia en el 2017, con una amplia convocatoria nacional que hizo protagonista a la avenida Martí, principal arteria de la cabecera provincial, de la euforia colectiva propia de quienes viven en un país que ha defendido con uñas y dientes sus derechos.
Actualmente, el mayor activismo en Pinar del Río recae en el proyecto HSH (Hombres que tienen Sexo con otros Hombres) perteneciente a Prosalud, del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología, y en las redes comunitarias TransCuba y de Mujeres Lesbianas y Bisexuales Safo Pinar, coordinadas por el Cenesex.
Por imperativos de la COVID-9, desde hace un año es el espacio virtual quien da cabida para la promoción de mensajes, artículos periodísticos o científicos y otras iniciativas que apuntan, más que a informar, a calar en los desaprendizajes de los pinareños hasta que incorporen, de una buena vez, que al ser humano se le señala por sus actos, no por sus preferencias.
La nueva Constitución, aprobada el 24 de febrero de 2019, otorga el amparo legal a toda discriminación por orientación sexual, en su voluntad expresa de que la ley de leyes de la República esté presidida por el anhelo martiano del “culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”, sin embargo, esta máxima solo será cumplida si logramos desterrar de nuestra cotidianidad los prejuicios inoculados, juicios anticipados, estereotipos aprendidos que nos limitan la posibilidad de conocer al ser humano en su diversidad y profundidad.
Que no es delito ser homosexual en Cuba lo sabemos todos, pero que coexisten discriminaciones contra los homosexuales desde la escuela, los programas de televisión, el cine, la música, el centro de trabajo y la comunidad, también es un hecho a reconocer, focalizar y enmendar, cuanto antes, si pretendemos afinar los principios de justicia social que nos sostienen y entendemos que responsabilidad, civismo y compromiso, imprenscindibles a esta hora, no correlacionan con la inclinación sexual.
La homosexualidad no es heredada, no se contagia, no se enseña, no tiene que ver con raza, peso corporal, condición socioeconómica, divorcio de los padres, ausencia de la figura paterna, padres emigrados o de misión internacionalista.
El estudio de causas psicosociales procede para las enfermedades, pero no para estudiar las preferencias –diversas– de los seres humanos, sus deseos o decisiones responsables para vivir, dentro de lo que el componente sexoerótico es solo una pequeña parte, incuestionable para los demás siempre que la expresión del mismo no repercuta en daños para otras personas o la sociedad.
Decimos que no somos homofóbicos, que aceptamos la homosexualidad, que tenemos amigas lesbianas y vecinos travestis, sin embargo, reprimimos a nuestro niño cuando comunica el dolor con llanto o acotamos a la niña para que afine sus modales y sea presumida como “debe ser” más allá de lo que necesiten expresar. El temor a que el hijo sea homosexual es parte de la educación en género que damos en la casa y es ahí, en esa imperceptibilidad y repetición, donde los prejuicios se enquistan y reproducen, llegando a calar en la sensibilidad y dignidad de quienes no pudieron adherirse a la norma social.
Algunos podrán pensarlo con más calma, pero otros, los que estamos en roles de gobernar, legislar, educar, velar por el orden público, comunicar o divulgar tendremos que entrar en batalla campal contra todo lo que alimenta, mediatiza y sostiene intransigencias, al devenir en demanda básica del proyecto que construimos como pueblo.
Un grito, en clave de trova cubana, por todos los homosexuales y travestis que ponen su grano de arena a esta obra llamada Cuba, me desprenden estas líneas: “No somos Dios, no nos equivoquemos otra vez”.