“Iba a cruzar la calle, solté de la mano de mi tía porque vi a mis primas comiendo helado, venía un camión, me arrastró varios metros contra el contén, el chófer pensaba que le había dado a un perro, tenía dos años. Volví a insertarme en la vida con cinco, cuando me llevaron para la escuela especial, porque tengo dos placas de platino en la cabeza y pensaban que sería retrasada, ahí duré sólo una semana, pero el lado derecho me quedó con problemas, tengo un acortamiento de dos centímetros y medio.”
Así resume Amarilis Vena, el tránsito hacia la discapacidad física que ha marcado sus casi cinco décadas de existencia.
“Estudié hasta el noveno grado, y eso fue a la cañona, porque mi mamá no quería que me becara, pero después no me dejó seguir, fuimos para el hospital Frank País en La Habana, ella quería ponerme fijadores externos, para el alargamiento de la pierna, porque decía que cuando fuera jovencita, yo iba a acomplejarme.”
“Logré convencer al doctor Rodrigo José Álvarez Cambras, de que no hacía falta, y me dijo vamos a decirle a tu mamá que se van a ir para la vega y que esperen allá por un telegrama para la operación; todavía mi mamá me dice que ella sabe que eso fue un enredo mío.”
“Cuando viramos me dieron una carta en el Partido de San Juan y Martínez, para que me matricularan en la Facultad Obrero Campesina (FOC), porque era sólo para personas con vínculo laboral en ese tiempo, y así pude terminar el 12, también estuve en una especie de adiestramiento con la funcionaria de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) que atendía asuntos laborales en el municipio.”
“Mi primer trabajo fue como costurera, artesana en la casa, mi esposo tejía sombreros y yo los cosía, cuando abrieron los talleres especiales para discapacitados fui fundadora, como obrera, haciendo bolsas de papel, ahí despunté y pasé a procesadora de datos, luego administradora, por ejemplar pasé a ser militante del Partido y después a directora municipal de la Empresa de Industrias Locales.”
“La sobreprotección de la familia a los discapacitados hace mucho daño, sobre todo en la adolescencia, yo no habría sido lo que quería, que era militar, porque no puedo marchar, ni correr, pero sería abogada y no que ahora con 50 años es que estoy terminando mi licenciatura en Ciencias Sociales.”
“No me he dejado vencer, aunque todavía mi mamá piensa que lo que hago, como secretaria general del Sindicato de Trabajadores de Industria en la provincia es demasiado para mí, que debería dedicarme a otra cosa, pero me gusta, y a veces llego muy cansada y necesito ayuda de la familia, los amigos, los vecinos… me recupero y sigo.”
Se ha casado dos veces y en igual número de oportunidades ha sido madre: “La niña nació por parto natural, quería saber lo que era eso, con el niño me hicieron cesárea, hoy son adultos que se sienten orgullosos de mí y esa es mi mayor fuerza.”
“La gente me dice tú no puedes hacer esto o aquello y eso es para mí un reto, claro que puedo; una vez llegué a una fiesta donde todas las mujeres andaban muy elegantes, en tacones – no los puedo usar- y alguien que me vio con mis sandalias bajitas dijo: “pobrecita”, una amiga le respondió: “ya quisiera tú con tus dos piernas buenas hacer lo que ella” y eso es lo que he tratado, de no limitarme yo misma.” “Por eso creo que el Código de las Familias, es muy bueno y protegerá a los discapacitados, hay varios artículos muy explícitos, especialmente para aquellos que tienen problemas de comunicación, pero también nos ayudará a preservar bienes y patrimonios y me gustó mucho que en cuanto a responsabilidad de alimentación se nos concede prioridad, por encima de otros vínculos y parentescos, por eso yo voto sí; para que a otros les sea más fácil luchar por sus derechos.”