Quizás la comparación de épocas sea un tanto imprudente para las líneas subsiguientes, pues ni los periodos fueron los mismos ni las situaciones económicas, mucho menos los valores intrínsecos al ser humano.
Pero valdría preguntarse a qué responden entonces ciertas conductas y patrones que ganan espacios entre nosotros como aquel árbol torcido del refrán.
Este enraizamiento, a modo de ver del escriba, no es otra cosa que un descenso vertiginoso en la pirámide de la civilidad y el descalabro total de esos valores que anteriormente mencionaba, enseñados por nuestros padres y abuelos y demás generaciones anteriores.
Y para situarnos en el tema: habló del “raterismo”. No me refiero al robo planificado u orquestado, ni siquiera a esos hurtos de barrios que también tanto daño nos hacen, sino al “raterismo”. Nunca mejor puesto su nombre, dicho sea de paso.
Este fenómeno, y los “fenómenos” que lo practican han existido siempre; sin embargo, en los últimos tiempos pareciera ir en alza con el desarrollo de las urbes y sociedades, y por supuesto, Cuba no escapa de este mal.
Por lógica martiana, no debería ser, pues cada sociedad debería consumir de a poco sus vicios y tendencias negativas conforme al transcurso cívico-social del almanaque, a la creación de nuevas escuelas, de sembrar cultura, y a la formación del hombre nuevo al que aspiraba el Che.
Sin embargo, el asunto persiste.
Y díganse rateros –y a quienes les sirva el sayo…– a delincuentes de poca monta; oportunistas en busca de objetos de fácil sustracción en situaciones específicas; a individuos inescrupulosos que, cual ratas, corroen todo aquello que tienen a la vista por poco o mucho valor que tenga.
Ejemplos existen muchísimos de este tipo de comportamiento malacostumbrado… ya que en muchas ocasiones escuchamos que a Fulano le llevaron sus prendas íntimas de la tendedera, que a Ciclano a través de la cerca le llevaron sus cactus, o que al amanecer Esperanzejo jamás volvió a ver esas chancletas rotas y desahuciadas que dejaba en la terraza.
Pero el asunto que de forma personal más le preocupa a quien redacta, es el de la juventud, el de las turbas frenéticas en los conciertos del momento, el del robo de a pie o también llamado “arrebato”.
Lo digo precisamente con referencia al último escenario donde cantó Yomil en tierra vueltabajera, en Consolación del Sur. Al día siguiente decenas de personas se quejaban o narraban las historias de pérdidas de cadenas, carteras y celulares. Algo ya habitual en este tipo de eventos para victimarios de baja calaña.
Por otro lado, hay una tendencia, incluso entre determinados académicos, a justificar estas apropiaciones apuntando a las dificultades económicas: a las carencias, que a su vez originan los antivalores. Pero recordarán nuestros abuelos entonces, en contradicción con lo anterior, cuando el pan era escaso y no se tocaba nunca ni el centavo perdido en el patio ajeno.
Lo cierto es que no existe justificación alguna para este raterismo, porque a todas luces constituye un delito serio, y como tal debe ser tratado.
Me gustaría citar y parafrasear a un amigo para el final, pues a su modo de ver –lógico debo decir– se pregunta por qué debemos despojarnos de todas nuestras prendas y aditamentos cotidianos que conforman nuestra personalidad al asistir a un magno evento o siquiera salir a las calles en las noches.
¿Para qué fuiste con el teléfono? ¿Qué hacías con una cadena de oro en ese lugar? ¿Estás bobeando al llevar el bolso en la mano entre esa cantidad de gente?
Estas serían solo algunas de las preguntas que nos llevan al verdadero cuestionamiento de si ha llegado el momento en que vivimos en un mundo posapocalíptico, o en una aldea sin cacique.
Reflexionemos, ya que de ser así, entonces como dijera mi amigo: “Quien sepa de un taparrabos, lanza y plumas… por favor, precios al privado, pues necesito un vestuario adecuado para esta aldea.