Un tesoro en tres metros cuadrados en Pinar del Río

2 posturas guayabas pinar del rio guerrillero

Cerca de 80 plántulas estarán listas para sembrar en el mes de enero

En la calle Ocho de Marzo #5, entre Rafael Morales y Antonio Tarafa (San Juan y Galiano) vive Albino Alberto Bravo Díaz. Me aseguro de reflejar su dirección exacta en estas líneas, no como una promoción de ventas al estilo de las redes sociales, sino como un dato muy necesario para quien se interese por lo que tiene para ofrecer.

Albino vive en plena ciudad, pero en los tres metros cuadrados que tiene como patio sembró una vez una mata de guayaba, que, aunque parezca increíble, en un año llegó a darle más de 300 kilogramos de la fruta.

Lamentablemente, Ian le arrebató el árbol de raíz, tampoco conserva evidencia fotográfica de sus cosechas; sin embargo, en un pequeño vivero que atiende con esmero ha logrado reproducir cerca de 80 posturas que insiste en regalar, y no vender, -como me aclara varias veces-, a quien desee multiplicar lo que por tantos años le dio alegría.

MÁS DE MEDIO KILO DE “ROJO MAMEY”

Albino Alberto Bravo Díaz insiste en regalar las posturas de guayaba que cultiva en un pequeño vivero casero

“Yo nací guajiro, en Consolación del Sur, lo que sé de la tierra me lo enseñó la vida”, advierte mientras le inquiero sobre su interés y amor por el cultivo.

De manera muy breve repasa su paso por las Fuerzas Armadas Revolucionarias, donde trabajó por 30 años, luego estuvo en el Minint cerca de un lustro y finalmente en Inspección Pesquera. Es entonces cuando nos detenemos para llegar al día en que encontró la guayaba, a la que decidió nombrar “rojo mamey”.

“Cuando trabajaba en Inspección Pesquera, formaba parte del grupo del Citma. En el año 2002 andaba por Guane, en un afluente del río Cuyaguateje. Allí encontré a un niño comiendo guayaba. De pronto, cayó una de la mata que tenía como una mordida, le dije al pequeño que no se la comiera porque podría haber sido comida un ratón, pero aquello era de murciélago.

“La recogí y la traje para la casa, regué un semillero y en el 2003 ya tenía mis posturas. Cuando aquello regalé unas cuantas en Pilotos y aquí en Pinar también.

“La más grande la sembré en el jardín. En un espacio de tres metros cuadrados. Daba unas guayabas de 600 gramos. Aquello era increíble”.

Albino empezó a llevar un registro minucioso de la producción de guayabas. En una libreta conserva las recolecciones diarias por unidad y peso.

Por varios años mantuvo un registro detallado de la producción de guayabas

“A quien se lo digas no lo cree. Tuve días de cogerle nueve, pero otros eran más de 100. Fíjate aquí -explica mientras señala los datos- solo en el primer semestre de 2019 recogí 87 kilogramos, y en el segundo 219.

“Es una guayaba poco arenosa, sobre todo en el corazón. No conozco la variedad, pero le puse rojo mamey porque tiene una corteza que cuando la picas tiene la masa como un mamey.

“Es una mata grande, que debe sembrarse cada ocho o 10 metros, porque hace como unas varas de un metro y pico o dos, y en esas ramas no pare, entonces requiere de podas de manejo, sino se pierde y no hay producción”, detalla Albino.

En dos pequeñas bandejas, iguales a las de los semilleros de tabaco crecen las pequeñas plántulas que deben estar listas para sembrarse en el mes de enero.

“Multiplica 305 kg por 100, solo calcula una hectárea de esa guayaba, cuánto podría dar. Cuando viajaba a Herradura miraba por las carreteras la cantidad de casas que hay sin nada sembrado alrededor y me preguntaba ¿De qué vive esa gente?

“¿Por qué en ambos lados de la autopista nacional, en vez de tener eucalipto no siembran mango, aguacate, mamey, guayaba? Es también un problema de egoísmo, porque la gente dice ‘si no me lo voy a comer no lo siembro’. Eso es puro egoísmo, es negar el desarrollo de la sociedad, es negar a tus hijos, a tus nietos…”

Desde el año 2020 Albino ha hecho varios intentos con biólogos y profesores de la Universidad de Pinar del Río, incluso con la prensa nacional para extender el cultivo de su guayaba rojo mamey, todos fueron en vano.

Aunque Ian le privó de seguir disfrutando de mermeladas, jugos, casquitos o una buena merienda a base de frutas, no abandona el empeño de volver a plantar y sobre todo de compartir el tesoro que cultivó en solo tres metros cuadrados de tierra.

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