“Óigame, uno se ponía todo nervioso, desde que vino el jefe de la granja y me dijo: Fidel quiere visitar una casa y escogimos la tuya, así que ya sabes, vas a tener visita.”
Desde la altura de sus ocho décadas de vida, René Cuevas reconoce que ha perdido muchos recuerdos y no sabe cuál fue la fecha exacta de ese suceso, pero atesora otros detalles: “Entró, saludó y preguntó cuál era el cuarto de los turistas – porque estas casas se hicieron con una habitación para alquilar- entró y se acostó bocarriba en la cama y durmió como dos horas.”
“Cuando salió preguntó cuánto tenía que pagar, le dije que nada y me respondió: Aquí tienes que cobrar a todo el que venga, aunque sea yo. ¡Pero imagínese! ¿Cómo yo le iba a cobrar?”
“Después empezó a conversar con nosotros, mi señora y yo, también estaba el mayor de mis hijos, pero era chiquitico, dijo muchas cosas que a mí se me han olvidado, pero me acuerdo que quería saber si me gustaba la casa.”
Los ojos de Cuevas se humedecen de lágrimas, baja la vista, tose para aclararse la garganta y mira hacia el horizonte, como si más allá de la comunidad El Rosario, en el municipio de Viñales, hubiese asideros para la remembranza, pero en este caso no hacía falta, porque atesora vívida la respuesta que le dio: “¿Cómo no me va a gustar? Si usted nos sacó de un bohío, un “var-en-tierra” por allá por La Jagua, en La Palma; me dio casa y trabajo, que yo tampoco tenía. Empezó a preguntar qué yo hacía, en ese entonces, era cercador.”
“Le dijo a mi señora: ¿Aquí no hay almuerzo? Había yuca y carne, pero dijo que él sólo quería yuca con manteca, ella se lo trajo, comió y siguió hablando con nosotros. Después salió, porque esto se había llenado de gente frente a la casa que querían verlo, empezó a conversar y eran muchas personas, ya le digo, no me acuerdo bien de las cosas que dijo.”
René Cuevas, es un guajiro curtido, conoció a fondo los sinsabores de la pobreza, y por más que se empeñe, no logra enjugar las lágrimas con la prontitud que quisiera, para ocultarlas de estos intrusos que vinieron a revolverle la memoria y sus afectos, no duda en definirse a sí mismo como “un viejo que lo ama”, con el cariño que profesa un hijo al padre.