Lanzar a un perro del cuarto piso de una institución educativa como una forma de entretenimiento o como un simple “juego pesado” de adolescentes, es verdaderamente lamentable.
Y tal vez algunos dirán que son cosas de muchachos y que no es para tanto, como tampoco lo serían las peleas de perros, las patadas a callejeros que deambulan cerca de establecimientos comerciales, el envenenamiento de gatos o la sangre que sale del lomo de los caballos cuando el látigo los obliga a llevar más carga de la establecida.
¿A quién le interesa el bienestar animal? ¿Se interioriza realmente lo que encierra ese concepto? ¿Es solo una responsabilidad de grupos animalistas, de instituciones involucradas y de personas conscientes?
Quizá no sea este el tema que usted desee leer en estas líneas, cuando hay tanto alrededor nuestro que constantemente agobia, preocupa y mantiene en vilo a muchas familias cubanas.
Quizá usted necesite que estas páginas aborden asuntos más acuciantes con los que se sienta identificado como la canasta básica, los precios, el combustible, el transporte… y en ese “saco” cabrían un sinfín de preocupaciones.
Sin embargo, si se detiene un segundo y analiza la definición de “bienestar animal” se dará cuenta de que, aunque no lo parezca, los seres humanos estamos totalmente involucrados en ello, y solo de nosotros depende que ese concepto se concrete.
No me refiero a que sea obligatorio amar a los animales, es solo una cuestión de respeto y de mostrar, al menos, empatía. El Decreto-Ley 31 aprobado en 2021, dista aún mucho de ser efectivo, de ser una realidad que proteja y ampare.
El enfoque a Una Salud, del que parte la norma, significa que la salud humana y la sanidad animal son interdependientes y están vinculadas a los ecosistemas en los cuales coexisten. Es por esto, que compete a todos evitar el maltrato y la violencia, sin mencionar todo lo demás que podríamos hacer por ellos.
A todo el mundo le desagrada ver a un perro con sarna o enfermo deambulando por la calle, pero nadie siente que sea su responsabilidad siquiera darle una migaja de pan. Otros se escandalizan por una pelea de perros o el maltrato a un caballo, pero la mayoría de las veces nadie se anima a denunciar tal violación.
Claro, también está la otra cara de la moneda, y es que muchas de las denuncias que sí se hacen caen en un morral vacío. ¿Funciona realmente la comisión creada para atender las denuncias? ¿Dominan los inspectores el Decreto-Ley? ¿Se le da al asunto la importancia que realmente lleva? ¿Se aplican las contravenciones como realmente está establecido?
Educar a la población en cuestiones de bienestar animal debe empezar desde las propias instituciones involucradas, y no desde leyes que entran en vigor para acallar coyunturas y quedan en letra muerta o spots publicitarios para cumplir con agendas y cronogramas.
Y aunque a grupos animalistas, asociaciones, e incluso, artistas y creadores con sus proyectos se sumen a la causa, el apoyo de esas instituciones es vital para que se pueda avanzar en un camino del cual, si se quiere, podría decirse que somos el país más atrasado del mundo.
Darwin dijo que el amor por todas las criaturas vivientes es el más noble atributo del ser humano. Pareciera que en la medida que evolucionamos más humanidad perdemos.
Hechos como el ocurrido en el centro preuniversitario no demuestran para nada las cualidades que debieran definirnos. Más lamentable aún es que sean, precisamente, jóvenes los protagonistas de sucesos tan grotescos.
Mientras sigamos mirándolo como un problema ajeno, mientras la impunidad y la indiferencia sean los únicos resultados de un cuerpo legal destinado a proteger y a respetar a quienes no tienen voz para defenderse, seguirá siendo el bienestar animal una asignatura pendiente en Cuba.