A la doctora Sandra Haidee Hernández García, una mujer llegó a preguntarle una vez si era maga, a lo que ella respondió: “No, soy pediatra”, todo por asistir a su hijo en medio de una parada tras una fatiga y, con solo tocar en un punto estratégico, consiguió que el pequeño volviera en sí de aquel evento que tanto miedo le dio a la madre.
Fue en los años ´90 cuando cursó estudios de Medicina Natural y Tradicional, desde la cual supo que podía ayudar mucho. Eran técnicas que no se conocían y se hizo fanática del tema. Sobre el tema escribió diferentes libros y cuenta con más de 50 publicaciones.
Y efectivamente, no era maga, pero sí forma parte de la mejor profesión del mundo, como afirman la mayoría de los seres humanos, esa que sana el cuerpo de un niño, pero el alma de todos, pues curar a los que realmente saben querer, es cuestión de seres extraordinarios y quienes la conocen dan fe segura de ello.
RETROSPECTIVA DE UNA ENTREGA SIN LÍMITES
Con 74 años, no falta quien le sugiera la jubilación a la doctora Sandra, pero retirarse no es opción, pues siente que aún puede dar más de sí. “Qué voy a hacer en la casa, tengo mi consulta, sigo investigando, soy tutora, eso me mantiene activa y actualizada”. Con su alma de médico, se preocupa por los niños, y no se conforma hasta saber cómo siguieron.
El trayecto ha sido extenso, tanto en lo asistencial como en lo investigativo, ambos atravesados por un contexto familiar difícil, pero, aun así, no dejó de estudiar. La asistencia médica ocupó espacio; sin embargo, no fue obstáculo para que hoy sea la primera doctora en Ciencias en Pediatría de Pinar del Río, así como la primera Profesora Titular también de esta especialidad.
Cuando pequeña, su padre se mudó desde el municipio de San Luis al central Sanguily en La Palma, donde compró una farmacia. Allí no había médicos, aquel lugar era similar a un barracón de esclavos, y al hacer trabajos en el dispensario, se convirtió en el médico del pueblo.
“Lo veía con aquella pasión, además de su bondad con las personas, que desde ese entonces, creo, comenzó mi amor por la medicina, fue mi inspiración desde muy temprana edad”.
Estudió en La Habana, pues Pinar del Río no contaba con estudios al respecto. “Cuando me tocó los asistenciales, que antes se hacían en tercer año, mi padre fue mi guía a partir de sus experiencias. Así motivó a todos sus hijos a seguir los mismos pasos, pues cada uno escogió la misma rama, y por mi parte, también mi esposo y mi hijo son médicos”, dice.
Una vez graduada, fue a hacer el posgraduado a La Palma, fungió como directora del Sectorial Bahía Honda, por su labor le sugirieron hacer la especialidad en la provincia.
Incrédula, pensaba que aquí no iba a aprender nada, porque en la capital estaban todos los recursos, por lo que sufrió cuando tuvo que irse de allá, pero cuando llegó a esta tierra, aquella idea cambió, el rigor con el que se enfrentó habló a favor, entonces el cambio fue para bien al quedarse.
Le gustaba mucho más la Neonatología, incluso hizo guardias voluntarias en esta área, pero al estudiarse también en La Habana, por problemas familiares, no pudo. Por su parte, la Reumatología también figuró entre las predilectas, en fin, a su haber tuvo muchas tareas.
Le gustaba además la Medicina Interna, pero cuando rotó por Pediatría se enamoró. “Los niños no mienten, aunque se estén sintiendo mal, no son conscientes de su enfermedad, y espontáneamente te regalan una sonrisa.
“Cuando recuperamos un pequeño, para nosotros es una victoria. Llegamos a convertirnos en el médico de él, pero también de la madre, del padre, del abuelo, de toda la familia, porque es con ellos con quienes tenemos que interactuar.
“Sucede que con la mayoría de los pacientes pediátricos hay un daño del estado familiar, con el que hay que interactuar para poder curar y siempre me ha gustado ser amiga de mis pacientes”.
PASIÓN POR TODO LO QUE ENCIERRA LA PEDIATRÍA
Fue 20 años jefa del Servicio de Urgencias, quería hacer terapia intensiva y su directora no se lo permitió, pensó tal vez que perdería a una doctora ya experimentada en los pormenores del Cuerpo de Guardia.
Y es precisamente la urgencia lo que le gusta trabajar, saber entre todas las personas que llegan, cuál está enferma de verdad, “es sacar a un enfermo de una población sana, el que necesita ingreso y el que no, es un trabajo difícil, pero aprendes mucho, interactúas con todas las enfermedades”. En ese Cuerpo de Guardia, según refiere, fue donde más se desempeñó como médico y más investigaciones hizo.
Luego de trabajar sola, con apenas un personal de apoyo, logró hacer un equipo con profesionales muy buenos, lejos de dirigir a enfermeras o empleados, entre otros, todo le resultaba familiar.
“Este hospital cuenta con personas muy valiosas, afirma, los pediatras son todos excepcionales, conozco muchos de otros lugares, pero a los de aquí, los amo a todos”.
No tiene objeción ante las nuevas generaciones, “los pediatras se preparan muy bien, y los defiendo desde mi posición en los tribunales de examen, no solo es evaluar, sino acompañar también. Desde nuestra experiencia acumulada, claro que podemos influir en el crecimiento de los muchachos nuevos”.
Todavía se le ve llegar al hospital de la loma, al pediátrico Pepe Portilla que durante tantos años la vio sacrificarse, pero, sobre todo, engrandecerse. No la vence su rodilla, ni la edad, ni la crisis económica, ni las cuestiones propias de la familia, ella vuelve a menudo a su otra casa, porque allí siempre estarán los amigos y los hijos que crio a lo largo de mucho tiempo. Sin dudas, ella es de las que, siguiendo la lección martiana, siempre tuvo llena de besos las manos.
Dios las bendiga a ambas:a la pediatra y a la periodista.