“La juventud ha de ir a lo que nace, a crear, a levantar a los pueblos vírgenes…”, escribió José Martí y apuntó además que “es de jóvenes triunfar”.
La juventud es una fuerza imparable y vital y tiene el poder de transformar con su toque fresco los escenarios más grises.
A dondequiera que vayan los jóvenes, no faltarán la fe ni los motivos para celebrar lo bello de la vida, como lo hacían los voluntarios que ofrecieron sus brazos en los hospitales de campaña, minados de personas positivas al SARS-CoV-2.
Allí les tocó limpiar los baños usados por los enfermos, alcanzarles sus alimentos o fregarles las bandejas, venciendo el miedo que entrañaba la inevitable exposición al virus; pero el miedo no paralizó nuca el entusiasmo de aquellos estudiantes ni la ceremonia de cantarle el cumpleaños feliz a cuanto paciente estuviera de aniversario por aquellos días.
Un cumpleaños feliz gritado con tal emoción, le sacaba las lágrimas a cualquiera en medio de tanto encierro.
El proyecto Faro, otra iniciativa protagonizada por jóvenes, llevó luz y amor en forma de donativos a muchas familias vulnerables y centros hospitalarios y demostró que la solidaridad es compartir lo poco que se tiene y no lo que nos sobra.
Verdaderas páginas de altruismo escribieron también varios médicos pinareños, recién graduados, quienes apenas recibieron el título, que premiaba sus esfuerzos de seis años de estudios y desvelos, partieron a Matanzas a enfrentar uno de los picos pandémicos más desgarradores de cuantos se vivieron en el país.
En esos ejemplos se resume el heroísmo y la valía de la juventud cubana: resiliente, creadora, plena de talento e ingenio.
He conocido jóvenes trabajadores, impetuosos como huracanes, que revolucionan los sitios a los que llegan, devuelven la vida a un motor inservible y extraen frutos de un terreno baldío.
En ellos se sostiene el futuro y la esperanza de un país mejor, más inclusivo, más próspero, más abierto…
A los que dirigen a estos jóvenes les toca impulsarlos y no ponerles frenos, escucharles las ideas y alentarlas como si fueran propias, compartir sus proyectos, recompensar el buen trabajo que hacen no solo moralmente, porque un diploma no sustenta un proyecto de vida, y ofrecerles herramientas para que crezcan, construyan y potencien ese futuro que sueñan.