Yuderkis Pérez Díaz es de esas maestras de preescolar que sabe cómo abrazar el alma de sus alumnos. Ella no entiende de diferencias ni de regalos, posiciones, incluso, ni de inteligencias. Ella solo tiene un método válido, y ese es el amor.
Escribir sobre esta educadora significa realzar lo que verdaderamente tiene que acompañar a alguien que se dedique al magisterio, porque sencillamente es de las que sabe ver de lejos y escudriñar en la esencia de un pequeño.
Supimos que en una ocasión tuvo un alumno especial, y lo recuerda casi con lágrimas en los ojos. El niño venía con problemas en el lenguaje, y tal vez muchos más, pero eso no la amilanó, ella lo aceptó como era, y él se dejó querer.
Poco a poco sembró la semilla de la confianza en el pequeño y en su familia, y para su orgullo, hoy ese pequeño se convirtió en un joven preparado para la vida, y eso se lo debe en gran parte a su maestra de preescolar.
UNA INFANCIA FELIZ
Tal vez el cariño que esta mujer profesa por sus alumnos le viene de su infancia feliz. Porque ella nos confesó con desenfado que proviene de una familia numerosa, de muchos primos, que jugaban constantemente… “A veces pienso que los niños de hoy no se divierten como nosotros.
“Hacíamos muchas cosas, lo recuerdo como si fuera ahora, pero al final, siempre terminábamos jugando a la escuelita. Yo comenzaba como maestra y terminaba de directora”. nos dijo entre risas, como si esa hubiera sido la premonición de un futuro cierto.
“En otros momentos le daba clases a los zapatos, ellos eran mis alumnos, la pizarra era el closet de mi cuarto, y mi papá decía: ‘Esa se nos va a volver loca hablando sola”’.
Lo de enseñar parece que le venía en los genes, porque su mamá también fue maestra de preescolar.
“Me crié en una escuela, porque después ella era la administradora del seminternado más grande que hay en San Cristóbal. En esa época mi papá fue a Angola, y quedamos nosotras y mi hermano, por lo que toda mi infancia estuvo muy cerca de los libros, de ver esos modelos de actuación”.
Siempre supo que iba a ser maestra, y aunque se graduó en la especialidad de Primaria, se dedicó al grado inicial.
“El preescolar fue un descubrimiento para mí, pues en mi municipio la Escuela Formadora de Maestros era en la especialidad de Primaria, pero esta escuela tenía un centro anexo, y como era la presidenta de la FEEM, me dejaban ahí para poder cumplir con las tareas. Sucedió que una maestra de ese grado tuvo problemas familiares, y aunque estaba en el tercer año de la carrera me le brindé al director y le dije: ‘le voy a cubrir el aula, confíe en mí’, y la asumí, entonces me enamoré de los colores, de los juguetes, de los niños, de los juegos…
“Cuando vi que en un aula de preescolar todo es alegría, risas, canciones, color, me enamoré de esa enseñanza, y me quedó el deseo de trabajar con ese grado”.
Por eso es que en pleno periodo especial daba los viajes desde San Cristóbal a la capital, y prácticamente se echaba los fines de semana en la carretera, pero logró la licenciatura en Preescolar.
En el círculo infantil Amiguitos de la Ciencia completó su formación, allí fue maestra, subdirectora, luego pasó a directora de “Los Criollitos”, y más tarde del “Pioneritos del 2000”.
Sobre cómo trabaja con los niños, y si tienen algún ingrediente especial para trabajar, Yuderkis nos respondió:
“No hay un método. Cada niño es único. Esos seres tan pequeñitos tienen su carácter, su personalidad, su forma de ser, pero la manera en que lo criaron y cómo vive también influyen.
“Mi método es conocerlos, llegar a su corazón, saber qué les gusta; con esto obtengo resultados.
“Por ejemplo, llegas a un aula y te encuentras un niño que es muy activo, que lo que le gusta es ayudarte, pues a ese lo pongo a apoyarme en determinadas actividades o tareas, y él se siente feliz.
“De lo que sí estoy segura es que esos pequeños de la Primera Infancia son los más dulces y sinceros, ellos no necesitan quedar bien con nadie, solo con ellos mismos, por eso si te quieren lo demuestran y si no igualmente”.
Para ella, esta etapa de la vida es sinónimo de palabras tan excelsas como pureza, confianza, belleza, de ahí el compromiso que se adquiere al educarlos y cuidarlos.
“Se sueltan de los brazos de la mamá y llegan al lado mío, entonces, ¿qué lugar ocupo yo en su corazón?, claro, soy casi como su mamá”. El amor, ese que engendra la maravilla, es el único que reconoce la entrevistada.
DE LAS MUCHAS ANÉCDOTAS
Varias son las historias que guarda en sus recuerdos, pero a la mente vino la de aquel niño que un día cuando entró al aula, y le preguntó: “Tita directora, ¿por qué hoy no tiene los labios pintados de rojo?
“Eso quería decir que él se fijaba en mí. Igual me acuerdo de una muchachita que lloraba cada día al llegar al círculo, no había manera de callarla. Hasta que la llevé a mi oficina, abrí la gaveta, no hallaba qué darle, pero vi mi collar y se lo puse, subió tranquila, la tita enseguida me regresó la prenda.
“A mí me gustan mucho los collares, pero en el círculo me los quitaba al entrar, porque es un peligro potencial para ellos, pero lo más curioso es que la pequeña llegaba todos los días y el ritual se repetía, a ella también le encantaban, de esa forma amaba llegar al círculo”.
Yuderkis nos habló de otra pequeña que era la última en irse todos los días del centro. «Lloraba porque quería ir para donde estaba yo, para que le prestara mis tacones.
“A esa hora, a las seis de la tarde, me quitaba los zapatos y se los daba un ratico, y ella caminaba como nosotras, nos imitaba. Son cositas que a uno lo van marcando, y piensas que valió la pena.
“En ocasiones voy por la calle o llegó a un hospital, y me dicen: “Maestra”, y miras, los ves que son médicos, obreros, técnicos… me enorgullece que me saluden, ellos y su familia ¿Usted quiere mayor satisfacción que esa?”.
En su luna de miel tuvo una experiencia que solo se le da a una maestra, y la narró como lo más natural, entre risas y agrado.
“Me casé y me fui para Aguas Claras. Mientras estábamos en la piscina, le comento a mi esposo: ‘qué silencio hay aquí, tú sabes el tiempo que hace que no descansaba de la voz de los niños, del día tras día’. No había pasado ni cinco minutos cuando sale un pequeño de una cabaña y me dice: ‘Tita Yuderkis’.
“¿Cómo me pasé los tres días en Aguas Claras? Con el niño en mi cabaña, estuvo ese tiempo prácticamente conmigo, y son cosas que nada más le ocurren a una educadora”.
ENTRE SUEÑOS, METAS Y RETOS
Para Yuderkis un maestro es un modelo, que encierra compromiso y confianza, un alumno significa el futuro.
Por eso en esta profesión que escogió no solo se limita al aula ni al trabajo, sino que sus sueños se sustentan en que la vida la deje seguir apoyando a sus hijas, Claudia ya graduada en Logopedia, y Sheila que estudia Música en la Escuela de Arte de Pinar del Río.
“Quisiera ver crecer a mis nietas, una de mis hijas está embarazada y tiene una niña de seis años, Lis Valeria, esas son mis metas; también jubilarme en mi sector, el que tanto me gusta, y que Dios me permita tener salud y mente clara para continuar en esta profesión”.
Entre sus metas actuales está seguir su superación en la Educación Especial en la que labora actualmente como metodóloga, una enseñanza en la que no se formó, pero con la que sí estuvo siempre relacionada, porque trabajó con niños con necesidades educativas especiales y con otros con trastornos logopédicos.
Esta maestra, devenida metodóloga, nos confesó que cuando llega a un lugar, le gusta inspirar la pasión por la profesión que lleva adentro, y enseñar lo “poquito” que sabe.
“Que sepan que lo que nosotros hacemos es muy importante y vale la pena”.
No olvida hablar de nuevo de su familia, de su esposo que también labora en Educación y que la apoya en todo.
“Cuando estaba en el círculo era la primera en llegar y la última en irme, y estaba en todo. En tiempos de ciclón, todavía no se había ido y ya tenía que estar en el centro, y eso requiere que él ocupe mi lugar. Nunca pude ir con mis hijas a una actividad por el Día del Educador, no les puse su pañoleta, esos son sacrificios que uno hace, no me pesan, pues estaba trabajando. Esta es una carrera de mucho sacrificio”.
¿Extrañas el aula?
“Sí. Ese es el lugar donde verdaderamente me siento realizada”.
Ella disfruta cada pedazo de su labor, nos contó que en una visita a una escuela especial se fue la luz y la maestra tenía una canción preparada, como ella se la sabía la cantó, pero lo que más le gustó es que un alumno del aula le dijo: ‘Yo también me sé una’, entonces se paró y la cantó.