“Son los sueños todavía, los que tiran de la gente como un imán que los une cada día”
Gerardo Alfonso
Con toda probabilidad no miró más hacia atrás, no quiso voltear la mirada porque llevaba el pecho apretado por el dolor, un dolor que toma visos de hidalguía solo porque se sabe que el deber llama.
En un coche para bebé, recostada, estaba ese día el motivo de tanto dolor. Una bebé de siete meses ve partir a su mamá, la ve empinarse. Es muy pequeña para conocer el alcance de esa decisión. Cuando los años pasen, seguramente el orgullo hará presa fácil en ella. Saberse hija de una internacionalista es siempre motivo de sana presunción.
Y es que para Dayna Rosa González de la Rosa el “no” nunca ha estado entre sus planes. Con ella se puede contar hoy y siempre.
Enfermera de profesión, integra la nómina del hospital de Minas de Matahambre en la provincia Pinar del Río, pero hoy presta servicios en el Principado de Andorra, ese pequeño país ubicado en las montañas de los Pirineos, entre España y Francia. La lucha contra la COVID-19 la llevó hasta allá.
Ya Venezuela la tuvo en su suelo desde 2012 hasta 2014. En aquel entonces fue su hijo José Miguel, hoy con 13 años, quien contempló la partida de mamá.
Suerte que una familia integrada por su esposo, su hermana, su papá y su mamá cubren la retaguardia. Ellos saben que pertenecer a la brigada Henry Reeve implica un compromiso no solo con la dirección del país, sino también con la salud y el bienestar de la humanidad, máxime en casos de epidemias y desastres naturales.
Fue, gracias a Facebook, que pudimos entablar una conversación sana y amistosa. Nos unen, creo, algo más que la pasión por la justicia: nombres muy parecidos, mismo mes de nacimiento, amigos comunes.
En el momento de esta entrevista me cuenta Dayna que la Andorra que encontraron es un pueblo muy bonito y tranquilo, a pesar de que todos los habitantes están en confinamiento. Una vegetación hermosa, y que incluso llegaron a ver nieve pues hace frío por aquellos lares.
“Con las personas que hemos tratado de forma directa son muy amables y respetuosas, agradecidos de que estemos aquí para ayudarles”, me dice Dayna.
Sobre la rutina en Andorra manifiesta que es muy similar a un día de trabajo en Cuba, “en mi caso particular estoy en el Cedre, que es un centro donde por lo general se atienden adultos mayores enfermos, de ahí que tengamos que extremar las medidas de seguridad y protección, pero es un trabajo que hacemos con mucho amor. En mi servicio hay 30 camas, casi todas están ocupadas. Trabajamos tres enfermeros, dos son andorranos y yo que prestamos cuidados especiales a esos pacientes”.
Elogia Dayna la profesionalidad del personal médico andorrano, muy educado, amable y agradecido de los cubanos.
“De nuestra presencia en sus tierras, compartimos juntos la forma de atender personalizada y directa a los pacientes. Hemos tenido que vencer algunas barreras, ellos tienen su cultura y su lengua predominante es el catalán, aunque también hablan español, pero a veces tenemos que prestarles mucha atención para poder entendernos. Los equipos y la tecnología son también diferentes a la que conocemos, pero va marchando muy bien la colaboración y la ayuda. Es una experiencia increíble, que nos crece como profesionales y como seres humanos”.
Las ocho de la noche se convierte en un momento mágico en Andorra, la policía activa sus sirenas, se canta el himno nacional cubano y los vecinos salen a los balcones a aplaudir a todo el personal de salud, se escuchan gritos fuertes y altos que claman: ¡Viva Cuba!, ¡Gracias Cuba!, lo que deviene muy emocionante para nuestros colaboradores, explica Dayna.
Ella, como cualquier ser humano siente miedo y no lo oculta, la COVID-19 es muy peligrosa y mortal, pero confiesa que sigue al pie de la letra las indicaciones, vela cada medida y es rigurosa con el protocolo, por “mi, por mis compañeros, por mis pacientes y por mi familia que me espera en casa. Tengo que regresar con el deber cumplido, pero sana y salva”.
Cuando le inquiero sobre si ella cree necesaria la presencia de Cuba en el viejo continente no vacila en afirmar que: “Cuba tiene mucho que enseñarle al mundo: con poco compartimos lo que tenemos no lo que nos sobra, la solidaridad es un valor que ponemos a prueba en los momentos más difíciles, además la preparación médica de nuestros especialistas está avalada por organismos internacionales, ese vínculo que se establece con el paciente, que incluso llega a ser hasta espiritual, tiene mucho que ver en la recuperación de los enfermos”.
Alguna anécdota de estos días de misión, fue una interrogante que dominó el diálogo. Dice guardar algunas, por ejemplo, cuando la presentan en el cuarto de una paciente enferma como enfermera cubana, y la paciente le dice: “Gracias Cuba, muchas gracias, te daría un fuerte abrazo, pero sé que no puedo, pero desde mi corazón va un abrazo inmenso. Agradezco con mucho orgullo que estén aquí con nosotros, este pueblo ya los esperaba con ansias”.
El momento de la recuperación o de las altas clínicas cuenta Dayna que es muy emocionante también, porque son pacientes que sobreviven, que están libres del nuevo coronavirus y eso los alienta mucho.
“Hace solo horas se le dio el alta a un paciente que llevaba un mes ingresado y siempre daba positivo a pesar del tratamiento médico, hasta que finalmente tuvo dos muestras negativas y este martes se le dio el alta. Su esposa vino a buscarlo y aquel momento fue extraordinario lloramos mucho todos de alegría, porque es otra vida arrebatada a la muerte”.
De igual forma y con exquisita sensibilidad refiere el alta que dieron el lunes cuatro de mayo a una señora cuya hija es médico anestesista, y esta la vino a recoger. Fue ese un momento de lágrimas y agradecimientos. “La hija tuvo palabras muy hermosas para todo el personal médico, pero especialmente para los cubanos, lo que nos compromete hasta el final en esta tarea humanista que es salvar vidas”, expresó.
Ella cumplirá sus 37 años en Andorra este mes, es una joven como muchas otras que anidan estas tierras, madre comprometida, amantísima esposa, hija fiel, hermana querida y sobre todo una pinareña heredera de la tradición que le legó a la mujer cubana esa grande que fue María Grajales. Dayna supo, llegado su momento, empinarse. Enhorabuena!