“Yo estudié en la universidad de Canalete”, era el chiste de los payasos que llegaban a ese pueblo, en la época de los circos ambulantes. Y es que decir Canalete sería lo que en buen cubano y en broma llamamos “el fin del mundo”.
Sin embargo, allí, entre las intrincadas pendientes de San Andrés, en el municipio de La Palma, el chiste se volvió realidad. Desde la década del ‘90 permanece, en aquel lomerío, la única Facultad de Agronomía de Montaña del país, ahora convertida en sede adscrita a la Facultad de Ciencias Forestales y Agropecuarias de la Universidad de Pinar del Río Hermanos Saíz Montes Oca, que incluye la carrera de Agronomía Plan Turquino y funciona como unidad docente integral para Geología, Geografía, Biología e Ingeniería Forestal.
FORMADORA DE HOMBRES Y MUJERES DE CIENCIA
“El 10 de septiembre de 1990 se crea la Facultad de Agronomía de Montaña San Andrés (Famsa), como un proyecto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), para dar respuesta a la producción de alimentos en las zonas montañosas y por ser áreas estratégicas para la defensa”.
Así narra el doctor en Ciencias Agrícolas José Reinaldo Díaz Rivera, profesor titular y jefe de departamento del centro, a la vez que explica que hoy cuentan con cerca de 90 estudiantes en las modalidades de curso diurno y por encuentro, y con un claustro de 22 profesores.
“Al inicio existían cátedras militares. Los estudiantes se graduaban de ingenieros agrónomos y también como oficiales. Esta fue la última de las tres escuelas de ese tipo que se crearon en el país. Primero fue la del macizo oriental, en Sabaneta; luego la de Topes de Collantes en Sancti Spíritus; finalmente, esta.
Juan Villarreal, profesor de Marxismo y Economía Política de la sede, es el único docente fundador de la Famsa, como aún se le conoce. “En los años del periodo especial la situación del transporte era muy difícil, entonces, en aras de acercar a los profesores a la institución, se construyeron 10 casitas en el poblado, y ahí vivo todavía, la primera que se ve del camino es la mía”.
De aquellos días nos habla el doctor en Ciencias Yorkis Mayor Hernández, rector de la UPR: “Desde Sanguily hasta San Andrés viajaba todos los días para impartir clases, hasta que hicieron las viviendas y entonces todo fue más fácil”.
“En el año 2010, cuando el presidente Díaz-Canel era ministro de Educación Superior, se hizo un recorrido por las tres instituciones, y se decidió que por las condiciones en que estaban, esta era la que podía quedarse funcionando porque habían condiciones desde el punto de vista estructural, pues contaba con el claustro completo y un buen trabajo científico que respondía a los problemas de la agricultura, además de planes de superación de los docentes que incluían doctorados y maestrías”, añade Díaz Rivera.
Pero no fue en esa época la única vez que estuvo a punto de desaparecer el centro. Hace alrededor de cuatro años casi cierra por matrícula.
“Hubo cursos en que no entraba nadie a la carrera, por lo que hace tres años iniciamos un colegio que tiene varios requisitos”, refiere Mayor Hernández.
“Por ejemplo, los estudiantes deben ser de municipios con déficit de agrónomos. Los que terminan 12 grado y optan por esa vía, para ingresar se vinculan tres meses a un curso de nivelación en Pinar del Río, luego se trasladan aquí por algunas semanas, y cuando vencen las asignaturas en la UPR empiezan.
“Los varones que decidan estudiar aquí no tienen que pasar el Servicio Militar, esa es también una manera de incentivar la matrícula, porque es una carrera lejos de la ciudad, en un lugar apartado, y no siempre resulta atractiva.
“Tenemos varios municipios donde los gobiernos locales solicitan la apertura de la carrera, pero no en todos hay condiciones. En la actualidad la tenemos en La Palma en las dos modalidades: diurno y por encuentro, y en Los Palacios en curso por encuentro. Así le damos respuesta a los territorios del Plan Turquino.
“El primer encargo de este centro es lograr la formación de profesionales en municipios donde hoy hay déficit y en zonas del Plan Turquino. La inmensa mayoría de los que estudian aquí son de origen campesino, que luego regresan a su lugar de residencia”, expresó el rector de la universidad pinareña.
La Famsa ha sido cantera de numerosos estudios de posgrado. Apunta el doctor en Ciencias Forestales Luis Wilfredo Martínez Becerra, decano de la Facultad, que cuentan con seis doctores en el claustro, los cuales se mantienen apegados a la política de la UPR de impulsar la formación de grados académicos, incluso con facilidades de hacerlos a tiempo completo.
Sobre las líneas de investigación que desarrollan, remarca Díaz Rivera, trabajan mucho con la producción de alimentos y sobre el banco de problemas de la agricultura y de la localidad, especialmente con los productores asociados a la Anap del territorio. Al mismo tiempo, enfocan los proyectos de los estudiantes a la parte forestal, agropecuaria y a los efectos del cambio climático.
UNIVERSIDAD DE ESTOS TIEMPOS
La vida en la otrora Facultad de Montaña tiene nuevos matices y fortalezas que acompañan la dedicación del profesorado y el sacrificio de los alumnos. Lo que al inicio era una zona remota en medio de mogotes, en estos momentos marcha a tono con el desarrollo de la tecnología, para bien de la ciencia que allí se forja.
“Aquí no había conexión a internet, ni siquiera cobertura telefónica. Andabas con el teléfono por gusto. A veces, cuando llegabas a la casa, tenías más de 10 llamadas perdidas. En algunos puntos, los muchachos descubrían algo de cobertura, por ejemplo, encima de un mogote.
“La situación se planteó en distintos escenarios, partiendo de los congresos de la FEU, y este año recibimos un gran apoyo de Etecsa en la provincia, con la ayuda de las FAR y el Gobierno. El cambio ha sido total.
“Era muy difícil hasta para las clases, pues teníamos que crear un banco de bibliografía en el laboratorio de Computación. Ahora es mucho más fácil, incluso para la comunicación con la familia”, subraya Díaz Rivera.
Desde el mes de junio la Famsa posee conexión 3G y cobertura telefónica, beneficios que se traducen en mejoras en la docencia y en los proyectos de investigación y que, además, se extienden hasta buena parte de la comunidad de Canalete.
Pero, sin lugar a dudas, el alma de esta sede son sus estudiantes. Esos que llegan desde localidades tan lejanas como Mantua, Paso Real y República de Chile, y no tienen reparos para decir que les gusta aquí, porque después de tres años son una familia.
Así, entre risas y chistes, conversamos con algunos de los alumnos de tercer año. Ubicados primero en el laboratorio para una clase de Botánica y después en la informalidad del pasillo, cuentan sin reparos que ahora que tienen conexión todo se hace más sencillo: “Nos podemos comunicar con la familia, ver en línea bibliografía actualizada. Antes teníamos que estar buscando dónde coger un poquito de cobertura”, explica Laciel Valdés.
Denzel, por ejemplo, viene desde Mantua cada semana; por ello advierte que ahora mismo lo más complicado es el transporte. “Hay que buscar en qué llegar hasta La Palma y después en qué seguir hasta San Andrés, que es casi tan difícil como lo primero. No obstante, llegar hasta aquí vale la pena. La calidad de las clases es extraordinaria, los profesores están muy bien preparados y se mantienen actualizados”.
Estos muchachos, que han creado una especie de cofradía, reconocen la valía de su formación y cuánto aportan a la comunidad: “Todo el tiempo estamos junto a los profesores y con los campesinos de la zona. Además, la mayoría de nosotros viene de una familia que trabaja el campo, entonces lo que aprendemos aquí se devuelve también en casa”, asegura Yadiam, quien no pocas veces va desde República de Chile hasta San Andrés a caballo.
Y para guiarlos están profesores como Tania Sánchez Pérez y Ernesto Miguel Ferro Valdés, quienes imparten Género y Fisiología Vegetal y Genética y Mejoramiento de Plantas, respectivamente.
Formados como ingenieros agrónomos de la primera graduación de la Famsa, ambos educadores se han dado a la tarea de, a partir de las posibilidades que ofrece el Ministerio de Educación Superior, adecuar el plan de estudios, según las necesidades identificadas en la sede y en la propia comunidad en la que están enclavados.
“Desde hace mucho tiempo nos dimos cuenta de que aquí los campesinos no dejaban que las esposas trabajaran, que asistieran a talleres que convocaba la escuela como parte de su actividad extensionista. Razón por la cual incluimos la asignatura de Género, y hemos tenido resultados. Ya varias mujeres de la comunidad tienen sus propias huertas, procesan y comercializan sus producciones y participan en eventos que promueve la institución de conjunto con otras organizaciones”, precisó Sánchez Pérez.
Explica el profesor Ferro Valdés, con 28 años de experiencia en la docencia, que han introducido nuevas variedades y han ayudado con estrategias para garantizar el riego en una zona en la que escasean las fuentes de abasto.
“Los directivos de la cooperativa aledaña son egresados también de la escuela, entonces todo el tiempo laboramos juntos; pero esta zona tiene una tradición campesina muy arraigada y les cuesta trabajo cambiar los modos de hacer. Al campesino hay que demostrarle que le va a dar resultados, y enfocados en eso nos hemos afanado nosotros”, señala.
Con cierta nostalgia, Ferro y Tania recuerdan los tiempos en los que les entregaron bicicletas para que pudieran trasladarse. “Fue la época difícil del periodo especial, pero los muchachos estaban siempre alegres; actualmente pasan mucho tiempo en las redes sociales”, coinciden.
A la entrada de la sede están los pinos que sembraron los primeros graduados. Son una suerte de legado para las nuevas generaciones, esas que llegan a San Andrés para estudiar Agronomía y Forestal, para satisfacer la demanda de ingenieros en territorios en los que urge, sin demoras, desarrollar la agricultura.