Los que velan por nosotros hoy no llevan capas ni tienen súper poderes, sino que visten con caras cubiertas que apenas perfilamos y ojos que nos cuentan todo, desde el cansancio hasta las preocupaciones que dejaron en casa para venir a cumplir con el deber que demanda el país al que responden. Aquí no solo hablamos de batas blancas.
Mientras los hospitales actúan oportunamente, hay otros uniformes que se multiplican en las calles, cuando la conciencia y la disciplina ciudadanas no nos alcanzan para mantener la distancia, usar el nasobuco o respetar el orden público. Estos agentes están presentes en cada escenario concurrido, punto de tránsito o cordón sanitario para asegurar el cumplimiento de las leyes en una Cuba que atraviesa simultáneamente por la amenaza de la COVID-19 y las dificultades económicas.
Su labor está llamada a ser pilar de la organización social en tiempos en que prevenir para cuidar la salud y detectar actos delictivos que vayan en contra del bienestar del pueblo, constituyen prioridades. Sin importar la complejidad del actual escenario ni escatimar en esfuerzos, velan por la seguridad de los ciudadanos, hoy con nuevo protagonismo cuando las fuerzas del orden público han sido volcadas a las calles, en calidad de garantes de la salud humana y en respaldo a nuestro Gobierno que los ha convocado para afrontar la COVID-19.
Caracterizados por el protocolo en el cumplimiento del deber, los integrantes de la Policía Nacional Revolucionaria, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior se reafirman en las condiciones actuales como servidores públicos y responden ante un pueblo exigente, con quien tienen la obligación de colaborar en el mantenimiento de las medidas sanitarias para la prevención.
Entre rangos oficiales y responsabilidades de trabajo también se esconden hombres y mujeres con problemas en casa, hijos, hogares a cuestas, miedos a la exposición; personas que llevan el compromiso de sostener la primacía de los buenos procederes, gargantas cansadas de repetir una y otra vez lo que debería ser y muchas veces no es.
El nasobuco esconde sus expresiones, frustraciones, incomodidades, todas humanas, homogéneas porque vienen de donde venimos los cubanos, del barrio, el edificio, los vecinos; pero la actitud recta revela dedicación, convicción de que es justa y digna la tarea que realizan, convencidos de que responden con voz firme cuando apremia sobrevivir todos juntos.