Hace ya un tiempo que el menudo pasó a ser una reliquia que solo algunos usan devotamente en altares religiosos. Eso de recibir como cambio unas pesetas cuando dabas un peso para comprar el pan de cuatro personas, es historia. La parada ahora es más alta y el escamoteo de los quilitos que esperamos de retorno se ha convertido en robo autorizado.
La inflación, la devaluación de la moneda nacional o la frágil economía que hoy tenemos los cubanos pudieran ser las razones tras las cuales unos cuantos justifiquen la nueva tendencia de no devolver el excedente de efectivo después de una compra.
No importa si son cinco o 10 pesos. Esperar el vuelto es más bien una utopía. Y eso después de resistir la mala cara de quien te atiende o el desdén con el que te dan una respueta, como si te hicieran algún favor desde un escalón más alto. Eso sí, a la hora de comprar no puede faltar ni medio centavo, pues entonces ellos no te “tiran el cabo”.
No hay distingos entre estatales y particulares, para esos que enseguida formulan en su mente la falta de sentido de pertenencia y el mal servicio de los primeros o la aparente calidad de los segundos, cuando de comercializar se trata.
La frase de moda es “te lo debo”, incluso con un intento fallido de lograr empatía. También puede pasar que te exijan, cual norma establecida, el dinero exacto porque no tienen cambio para denominaciones altas que regularmente son las existentes en los cajeros automáticos.
¿No es acaso obligatorio garantizar un fondo de cambio en las cajas registradoras por parte de administradores o directivos? ¿Por qué adjudicarse el derecho a recibir una propina sin al menos esperar a que lo decida el cliente? ¿Qué pasó con aquello de aguardar con mera cortesía a que te digan “quédate con el vuelto”? o ¿será más fácil embolsillarse el dinero ajeno?
Tampoco es cuestión de que las arcas de los establecimientos se vayan a desbordar en efectivo con tal modo de actuar, pero de cinco en cinco, al final del día y bajo el pretexto de no tener cambio, algunas billeteras sí engordan.
Así, poco a poco se hace extensivo un camino que nosotros mismos, aunque nos moleste, vamos legitimando, solo por el simple hecho de no exigir lo que es nuestro o dejarlo pasar por no parecer extremistas o crear un problema.
La Resolución No. 54 del 2018 del Miniterio de Comercio Interior define como protección al consumidor un conjunto de principios, disposiciones y acciones organizativas, funcionales y de otro tipo dirigido a educar, orientar y amparar a los consumidores en el reconocimiento de sus derechos y deberes, para que puedan ser ejercidos frente a los proveedores en el acto de intercambio, caracterizándose por procedimientos ágiles y eficaces.
Además, establece como derecho de los clientes la entrega completa del dinero que excedió al efectivo entregado por el bien o servicio recibido, incluyendo la moneda fraccionaria.
Claro, eso se cumple si los proveedores, como indica el cuerpo legal, asumieran la responsabilidad moral y material que le impone la relación con los consumidores.
El capital con que contamos para cubrir los gastos de un mes nos deja un sabor amargo cuando hacemos un balance de la economía familiar, sobre todo para aquellos que no tienen más vías de escape que un salario que se desvanece en las primeras tres cuadras luego de cobrar.
Dejar propina o un vuelto es una decisión personal. Brindar un servicio de calidad, es un deber, sea cual sea la forma de trabajo y se mide con la satisfacción y la impresión que el cliente se lleva a casa. Aunque parezca trillado, hay valores que son indispensables cuando se trabaja con el público, y mucho más cuando hay dinero de por medio.
Exigir lo que por derecho nos corresponde no es un extremismo, aunque para algunos “cinco pesos” no signifique dinero. Robar, apropiarse de lo ajeno puede tener muchos disfraces, a pesar de que se adorne detrás de justificaciones manidas y hasta cierto punto patentadas sin nuestro consentimiento. Ya no es solo el quilo el que dejó de tener vuelto.