Para muchos la solidaridad son solo aquellos gestos altruistas que trascienden el marco de lo convencional, dígase de la participación de cubanos en las luchas independentistas del África o más recientemente la presencia en muchas partes del mundo, ya sea con maestros, médicos u otros especialistas.
Esa es quizás la cara más visible y heroica, pero hay otra más cotidiana y cercana, que es la que te lleva a interesarte por el problema del prójimo, no con ánimo de chisme, sino de ofrecer soluciones, de ser sostén, compañía.
No es extraño en Cuba que los vecinos sean la familia más cercana, que los niños de cualquier casa llamen tíos a los amigos de sus padres, porque los quieren y sienten como tal, pero en estos tiempos en que la salud de todos ha estado amenazada, urge que incrementemos la “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”, que es la definición de solidaridad.
Podemos entender como tal llevar el rostro cubierto con mascarilla, aunque se pueda prescindir de la misma, porque está demostrado que disminuye la trasmisión de infecciones respiratorias; también lo es no saludar con besos a cuantos conocidos nos encontramos en la calle, no hacer visitas innecesarias, ni llegar a los locales tocando todos los objetos y muebles porque si algo sabemos es que la COVID-19 puede ser asintomática.
Solidaridad es no exponernos al contagio innecesariamente, porque luego es posible llevarla hasta otros más vulnerables y, familia o no, son seres humanos que merecen respeto.
Lo es preocuparnos por los más desvalidos que tenemos cerca y compartir lo que tenemos, dejar las prácticas acaparadoras, las de lucrar con la necesidad ajena, la indiferencia ante la pena de los demás.
Debemos avergonzarnos como pueblo de socorrer a desconocidos y no hacerlo por los propios, eso según la sabiduría popular es ser candil de la calle y oscuridad de la casa, entonces debemos mirar hacia dentro y encontrar la bondad que impulsa grandes acciones para que también promueva las pequeñas y con mayor frecuencia salga un plato de comida por la puerta del frente hacia la mesa del necesitado.
Sin fotos, ni aspavientos publicitarios, con la delicadeza de quien comparte, no por riqueza, sino por sensibilidad. Sin búsqueda de agradecimientos o servilismo del que recibe, que la nobleza engrandece a quien la porta.
Una sola persona no logra cambiar el mundo, pero sí puede marcar la diferencia en la existencia de algunos, alejados del sentimiento de la caridad y cercanos a la generosidad.
El enfrentamiento a la COVID-19 deja un saldo emocional, entre las secuelas están la ansiedad, agresividad e irritabilidad, reacciones comunes de los humanos ante situaciones que no tienen bajo control. Sumemos la solidaridad cotidiana dentro de fronteras.
Para los cubanos la eficacia de las estrategias del sistema de Salud Pública redujeron considerablemente el impacto que tuvo en otras latitudes, países y regiones enteras donde casi todos perdieron algún ser querido; sin embargo, las carencias materiales y el desasosiego por solventarlas crea otras tensiones, perceptibles a nivel individual y colectivo: enfrentémoslas desde el amor, que es fórmula exitosa para robustecer el alma; entonces seremos mejores como humanos y nación.