El incremento de los casos positivos a la COVID-19 en edades pediátricas resulta alarmante en el país: en lo que va del mes de julio superan los 500 diariamente. Ese dechado de paciencia que es el doctor Francisco Durán García, director nacional de Epidemiología, insiste en cada conferencia de prensa en los riesgos, pero los números no mienten.
Ante tales estadísticas nos toca preguntarnos si es que la familia cubana ha perdido el valor ancestral de proteger a sus infantes, porque resulta inverosímil que, con las actividades docentes suspendidas y todas las condiciones creadas a nivel de política estatal para mantenerlos a salvo, continúen aportando nuestros niños, adolescentes y jóvenes casi el 20 por ciento de los contagios.
Cuba logró por mucho tiempo mantener en cero los fallecimientos pediátricos y de embarazadas, pero esas cuentas ya están lamentablemente abiertas y los posibles incrementos no pueden valorarse solamente como números en ascenso, son expresiones de luto y dolor en el seno de hogares donde se perdió vida, esperanza, futuro…
Juegos en la calle, reuniones familiares, celebraciones y un afán impostergable por el esparcimiento forman parte del escenario epidemiológico actual: esas indisciplinas traen consecuencias impredecibles y es que todavía no se saben las secuelas de este virus a largo plazo.
Solo como ejemplo sirva un reporte de la agencia Prensa Latina, que desde Nueva Delhi informa que en la India confirmaron “tres casos de necrosis avascular o muerte ósea, que puede considerarse fácilmente como la siguiente afección incapacitante entre los pacientes recuperados de la COVID-19”.
Este padecimiento produce pequeñas fracturas en los huesos y que pierdan su forma lisa, trayendo consigo una artritis grave o el colapso de estos.
Hay quienes aseguran que no quieren saber nada más sobre la pandemia, porque los “vuelven locos” los números, pero ese vértigo del susto nos está haciendo falta para detener la propagación. Desafortunadamente alguien debe salir de casa para solventar necesidades, pero tomar todas las medidas y desinfectarse al retorno limita las probabilidades de enfermarse.
Existen, además, decretos leyes para aplicar multas a los padres y tutores que permiten a hijos o pupilos que infrinjan las normas, pero deberíamos de avergonzarnos como pueblo de que sea preciso una sanción para ocuparnos de algo tan esencial como cuidarlos.
Sin estar entre las peores, Pinar del Río tenía esta semana más de un centenar de casos activos entre los menores de 18 años, sin duda creer que no es preocupante, sería de tontos.
A nivel de país ya son más de 30 000 los comprendidos en ese segmento etario que han resultado positivos y en los últimos días superan el 10 por ciento de los casos activos y el 14 de los contagios durante toda la pandemia.
Es doloroso que los consentidos de casa sean privados de la salud, nadie ignora lo complicado del aislamiento, la factura sicológica de estar alejados de sus rutinas y que no todos los padres tienen las mismas capacidades, habilidades, recursos y métodos para entretener e imponer la disciplina y, sí, hablo de imponer porque si ellos pudiesen obrar a su antojo entonces no serían considerados los adultos sus responsables.
Decía mi abuela que las lágrimas no resuelven ningún problema, tampoco lo harán esta vez, así que dejemos de lado la permisibilidad y tolerancia, que no está en juego lidiar con una perreta sino la propia vida.
A fuer de frecuente, dejó de ser noticia que Cuba establece cifras más elevadas de casos positivos y de fallecimientos casi a diario.
¿Podríamos acostumbrarnos a escuchar cotidianamente que nuestros infantes mueren por la COVID-19? Me niego a creerlo y no es alarmismo ni tremendismo, sino un escenario posible ante el creciente número de contagios.
Cuidémoslos de la única manera hasta ahora disponible: previniendo.