Que un atractivo espectáculo para niños en un centro cultural de la provincia se convierta, a punto de terminar, en zafarrancho de los padres para intentar acaparar adornos o globos de la colorida decoración, se torna tristemente pálido y empaña el resultado de lo que con mucho esfuerzo y amor se construyó.
Son comportamientos que trascienden esos espacios y se vuelven penosas costumbres también en cumpleaños y actividades recreativas. Conductas que parecen contagiosas y que marcan, tal vez de manera inconsciente, un precedente en el futuro desarrollo de la personalidad de los más pequeños.
Podría parecer algo inofensivo, pero en realidad es una muestra de aprobación a tomar lo ajeno sin consentimiento. Y eso en una mente en formación se puede asimilar de muchas maneras.
¿Qué ejemplo damos a nuestros hijos cuando protagonizamos tales acciones? ¿Acaso es un acto heroico intentar agarrar cual trofeo algo que no te han brindado para complacer un capricho? ¿Qué hacer cuando nos sorprenda el infante con algo ajeno en sus pertenencias?, ¿habrá moral para juzgar tal comportamiento? Dijo Pitágoras: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”.
Vivimos tiempos difíciles, carencias y necesidades económicas que no solo nos quitan el sueño, sino que ocupan prácticamente el pensamiento diario. Queremos proveer a nuestra prole con lo mejor, pero entre tanta vorágine obviamos las enseñanzas de lo moral, la buena conducta y valores esenciales que se basan en la humildad y el respeto a lo ajeno.
La solución no es decir “no se hace esto o aquello”, cuando en nuestro actuar les demostramos lo contrario. Cómo pedirles que sean de una manera que no conocen, que no entienden y no han aprendido ni siquiera a imitar. Esos valores que no existen, que no formamos, no los podemos exigir. Claro, es más fácil dejarle ese papel a la escuela y entonces preocuparnos solo por la parte económica.
Algunos prefieren la manera tradicional: a punta de chancletas y castigos aprenden o aprenden lo que es correcto, pero aunque aún existan esas “herramientas” hemos evolucionado, incluso apostamos por un Código de las familias que pone los derechos de los niños en un lugar más que trascendental.
Martí nos enseñó que la educación em- pieza en la cuna, incluso reza un prover- bio africano que para educar a un niño hace falta la tribu entera. La escuela puede hacer su parte, pero en el hogar somos el espejo en el que se miran nues- tros hijos desde que comienzan a desa- rrollar su conciencia.
Si somos entonces el paradigma fundamental en su formación, cómo asumir, incluso frente a ellos, posturas que destierran lo que soñamos para su futuro, para crecimiento como mujeres y hombres de bien.
Para muchos, los valores hoy día van en decadencia, otros le restan importancia por verlo como un tema manido en medio de tanta escasez material; algo de lo que mucho se habla pero poco se materializa. La forma en que eduquemos a nuestros hijos será irremediablemente el resultado de la sociedad en que vivirán en el futuro.
Luego, no será suficiente mirar atrás y reconocer cuánto nos equivocamos o cómo pudimos ser un mejor reflejo para no lamentar disgustos o visitas a la cár- cel, porque sin quererlo formamos a un ladrón, a un delincuente o un maltratador.
Ser ejemplos para nuestros hijos es el inicio de una buena educación. Hablarles de manera directa pero a la vez creativa, comprensible y diáfana tienen que ir de la mano con los valores que debemos fomentar en vez de tratar de imponer comportamientos adecuados a “la cañona”.
Velar por lo que consumen también en las redes sociales, conocer con quiénes se relacionan, quiénes son sus paradigmas y cuáles son sus aspiraciones, constituyen herramientas para hacer un mejor trabajo con ellos, incluso pueden convertirse en un medidor de nuestra labor como padres.
Los problemas económicos no pueden apoderarse de todo lo que somos. El espacio a la espiritualidad debe permanecer intacto en el justo lugar que nos distingue como seres humanos y a partir de ahí proyectar la luz que queremos para esos que más nos importan. No dejemos que valores tan importantes se nos vayan por el caño.