La llegada a México del presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel Bermúdez, tiene lugar en un momento de trascendental significado para las relaciones entre ambos países caracterizadas, en general, por un largo y positivo trayecto histórico.
Por un lado, el bloqueo a Cuba impuesto por Estados Unidos se mantiene intacto hace más de 60 años. Tal cerco ha causado y provoca serios daños a la economía y la vida general de la nación antillana.
Algo, como escribió alguna vez The New York Times no contribuiría a que Estados Unidos “gane amigos en Cuba”.
Esa política fue endurecida al máximo por la administración de Donald Trump y no ha sido modificada ni en una pulgada por el actual gobierno de la Casa Blanca.
En ese contexto, el México de López Obrador se ha distinguido por rechazar, en primer lugar, esa política hostil de bloqueo hacia Cuba, y lo ha desaprobado en la Asamblea General de la ONU así como en otros foros internacionales.
El presidente mexicano también ha contribuido al normal desarrollo entre diferentes esferas de ambos países.
Y más recientemente, ha llegado a cuestionar la existencia misma de la OEA y denunciado su política entreguista a Estados Unidos.
Además, ha enviado a Cuba importantes donaciones para enfrentar la Covid-19.
Al parecer, se trata de una mayor aproximación entre dos países que han venido desempeñando un papel relevante en esta parte del continente. Sobre todo cuando Estados Unidos afronta un gradual pero sostenido declive.