Es bien sabido por todos que la mera esencia de una visita da por sentado que el anfitrión o visitado siempre conoce –o debe conocer– los planes del huésped o visitante para efectuar la misma. Digamos que se establece algo así como un contrato social no verbal.
Sin embargo, esto solo debería aplicar cuando el corte es propiamente social, entre amigos, vecinos, compañeros, pues para ello se establece un diálogo, se colegia, se generan planes; todo lo anterior dado que sería imprudente y de mal gusto llegar de sopetón a un lugar y coger “movidos” a quienes se visitan… eso en el caso de que los visitados estuvieran en sus casas.
Y comienzo por este pequeño trabalenguas, pues lo de las llamadas “visitas” en el orden estatal y laboral ya se ha convertido en algo más que un cliché. Y qué decir entonces de las llamadas “visitas sorpresas” que en todo caso contradicen su mismísima esencia, motivos y propósitos.
Y es sobre estas últimas que me gustaría versar.
Nunca he entendido, ni creo que logre razonar por qué se prostituye, se perpetúa y consolida la esencia errónea de lo que debería ser considerado un elemento aliado para detectar fallas, problemas y grietas en cualquier sistema o empresa.
Para nadie es un secreto que las mal referidas “visitas sorpresas” nunca lo son. En cambio, poca falta al ritmo que vamos para anunciarlas por un megáfono y poner en sobre alerta y a correr a los visitados para arreglar, parchear y tener todo listo a última hora.
Sí, arreglar, parchear y embellecer… solo algunas palabras que pudieran usarse para describir lo que sucede tras conocer o descubrir que está agendada o planificada tal revista.
Pero es que ni siquiera tales intentos de sorprender se descubren, sino que en la mayoría de los casos existe alguien “designado” para llamar y avisar que los sorprendedores van mañana o pasado para tal o más cual lugar.
Incluso iría más allá, conozco hasta grupos de WhatsApp donde en ocasiones se devela todo un cronograma de supuestas sorpresas para que a los visitados no los cojan por sorprendidos. ¡Qué locura!
Por supuesto, luego de efectuar, consolidar y concluir dichas jornadas de trabajo, todo está bien, en su sitio, felicitaciones incluidas y alguna que otra ligera recomendación. Evidente… hubo tiempo de prepararse… y de parchear.
Lo que no parecemos aprender de una vez por todas, es que con tales sistemas de avisos tempranos y maquillajes de por medio, lo que conseguimos es solo disfrazar los escenarios, echarnos más tierra a las espaldas, engañarnos y “engañar” a los visitadores sobre los problemas existentes.
A veces creo que todo lo anterior es solo para cumplir, para no ensuciarnos las manos… para no ver los problemas que tenemos, o porque en realidad no queremos descubrir los males y vicios existentes.
Pensemos también por un momento en lo que verdaderamente ganamos con este tipo de teatros, quiénes son los engañados y qué tipo de conductas y criterios se generan tras todos esos paripés.
Cuando se trata de disimular las deficiencias o preparar un escenario irreal ante los ojos de otros niveles de dirección, el principal perjuicio es en primera instancia para la propia dirigencia, la cual pierde credibilidad y autoridad, al tiempo que enseña y acostumbra a lo nocivo, a lo mal hecho.
Y por último, quien paga el precio absoluto de tales teatros bien montados y amañados es el propio pueblo como último eslabón de una cadena que sufre diariamente esos males que se esconden, o que no se desean descubrir.
A opinión del escriba, hay aún cosas peores que un ciego que no quiera ver, y las “visitas sorpresas” son una de ellas.