En estos días recordaba una frase de la madre Teresa de Calcuta que decía: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”, y pensaba en los múltiples excesos a que estamos acostumbrados los cubanos desde hace algún tiempo.
Y reflexionaba precisamente en tal sentencia, pues con la misma se busca transmitir que el sentido de la vida resida en ayudar a los demás.
De esta manera, cuando le tendemos una mano a alguien, no solo colaboramos con los semejantes, sino que esto también nos permite a nosotros mismos llevar una vida más próspera y plena.
Por supuesto, la frase también alude a valores como la humildad, la solidaridad y los afectos humanos básicos que hacen de nuestro mundo un lugar mejor, algo que en ocasiones se relega.
Lo anterior viene a colación porque en muchos círculos de la vida actual, todavía coexisten y persisten actitudes de indolencia, burocratismo y apatía que echan por tierra las buenas prácticas e idiosincrasia de esta Isla.
Hablar de la vocación del servicio y los servidores públicos en Cuba resulta un tema y un camino espinoso, de extrema complejidad diría, a partir de las transformaciones del modelo económico y las actuales condiciones sociopolíticas.
Es cierto que vivimos en tiempos muy convulsos y un tanto oscuros, pero no por ello podemos dejarnos cegar por las premuras de la vida, ni mucho menos creernos con el derecho de atacar o maltratar al prójimo.
Y es que servir es un arte, como dirían los expertos en el tema, y al parecer la pandemia y sus múltiples vicisitudes asociadas han acentuado la indiferencia colectiva sobre este asunto.
En este aspecto recordar que según el refranero popular “el mundo es un pañuelo”; por tal motivo los maltratadores de hoy bien pudieran ser los maltratados del mañana.
También es imperante mencionar que, aunque muchos son la cara pública que se asocia a estas líneas, nosotros, todos, desde cierto punto de vista formamos parte de ese engranaje. Por tanto, el mejor esfuerzo debe ser cuanto menos la satisfacción de nuestros congéneres.
No son pocas las ocasiones en las que la solución a un inconveniente determinado está en nuestras manos, pero preferimos procrastinar. Y así, con esta mala praxis transcurren los días de quienes visitan un determinado lugar en busca de ayuda o solución a un problema. Obvio que tras mucho maltrato se pierdan entonces la paciencia, la confianza y la fe.
Algo a acotar: no olvidemos ni por un instante que en muchos momentos del día nos convertimos en clientes, usuarios o simples consumidores. Entonces, saquemos dos conclusiones, ¿por qué maltratar y hacer a terceros lo que no nos gustaría que nos hicieran? Y, si muchas de las profesiones y oficios existen y se deben al consumidor final, ¿por qué no garantizarles la satisfacción a ellos, y a nosotros su regreso?
Vayamos un poco más allá y seamos incisivos.
En esta esfera del servicio público aún mucho deberán aprender entidades como Comercio y Gastronomía y la Alimentaria, así como las tiendas en cualquier moneda y otros centros estatales de igual denominador.
La vocación de servir no puede ni tiene porqué confundirse o asociarse con el servilismo. Dar un buen servicio o atención, siempre desde la amabilidad, la humildad y la educación, nos hace más profesionales. Esto añade a nuestro ejercicio laboral y cotidiano un sello de calidad y calidez humana que tanto necesitan otros que buscan la solución a un conflicto; esos otros que bien mañana pudiéramos ser nosotros.