Para el febrero de 1895 ya se revivía en aquel hombre un fuego diferente, de esos que huelen a independencia, que ya no aguantan más un yugo extranjero y pide gritos de libertad, la libertad soñada de guerras anteriores. Buscaba el rescate de su gente, de su tierra y en poesía lo dijo mucho antes de ese momento: “Quién a su patria defender ansía, ni en sangre ni en obstáculos repara…”.
Hubo un intento fallido, uno que no llevó a ningún lado cuando de libertad se trata, hubo un Zanjón que no puso pausa al sentimiento de hombres ansiosos de independencia, fueron muchos que vieron su futuro personalizado en nombres como el de Martí, Gómez y Maceo.
Recordado por los libros es el plan de la Fernandina, en alusión a aquel puerto de la Florida desde donde saldría una flota con destino a la Isla, con el objetivo de traer hacia Cuba revolucionarios y armas para poder dar el golpe contra las fuerzas españolas. Bajo la simulación de trabajadores agrícolas, sería justificada la presencia en las embarcaciones de herramientas que funcionarían como armas para la guerra, entre ellas machetes.
Pero hubo un traidor y los planes fracasaron, pero nunca el deseo de la conquista soberana: sí hubo 24 de febrero, sí se inició la segunda guerra por la independencia de Cuba, aunque fue con pequeños grupos de insurrectos, mal armados y con escasas provisiones. Ello no significó obstáculo alguno y se enfrentaron exitosamente en reiteradas ocasiones a superiores fuerzas.
Martí quiso que la guerra que iniciaría fuera fuerte, breve y republicana, así se lo ratificó a Gómez en cierta ocasión al decirle: “Verá cómo a guerra rápida y amor encendemos el país”. Y le impregnó amor en demasía, y el destino le falló cuando queriendo estar más tiempo, terminó por partir demasiado pronto, apenas en el mayo siguiente.
No obstante a aquel Dos Ríos, el conocido como Apóstol de la independencia de Cuba llevó a cabo un movimiento insurreccional y creó el Partido Revolucionario Cubano para dirigir aquella guerra, ese que era como el hijo que pensó antes de nacer, ya sabría antes del alumbramiento que el objetivo de su obra debía ser, ante todo, la unión de los cubanos y la negación a cualquier tipo de anexión a Estados Unidos, ya que para él esto significaba la expansión imperialista por las tierras de nuestra América. Así lo dijo expresamente: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David”.
Y de aquel siglo XIX nos agarramos todavía los cubanos de hoy, quizás más contemporáneos porque los tiempos lo exigen, pero con la misma consigna, no repetida, sino sentida desde el alma
Aquella guerra de liberación nacional iniciada en Cuba el 24 de febrero de 1895 fue uno de los acontecimientos más importantes de nuestra América. Bajo la guía del proyecto político ideado por José Martí, el fin era la concepción de una nación independiente que defendiera a su pueblo de fuerzas opresoras.
Estalló la guerra planeada y cientos de cubanos se vieron juntos en los campos de batalla, ante los peligros fue y no se evidenció miedo, muy por el contrario, predominó el optimismo y la esperanza de ver a Cuba libre, porque fueron años de estudio a profundidad de las causas que propiciaron los reveses de los cubanos en las guerras precedentes, un trabajo intenso para dar solución a los principales problemas que dificultaron la obtención del triunfo.
Fue este suceso un pequeño ápice de la historia que no se olvida. Han sido estos 127 años un devenir que se empeña en recordar la fecha, más allá de lo que significó, por las huellas marcadas generación tras generación, llegando a hoy cual recuerdo que Cuba entera inmortaliza, por su gente, por sus rastros… por nuestra tierra.