Cuando era niña mis padres me llevaban bastante al “Paquito”. Aún en mi memoria repaso las vueltas en el carrusel, en los avioncitos, la estrella.
Montarse en las sillas voladoras era un acto de valentía y al subir a los botes te decían que no metieras la mano en el agua porque te “cogía” la corriente. Me encantaba el algodón de azúcar. Recuerdo cómo debía tener cuidado para no llevarme las manos empegotadas al pelo o la ropa.
Treinta años después vuelvo a ser asidua al lugar. Domingo por domingo mi hijo de cuatro años sabe que es el día de ir al parque. Luego de tres décadas me pongo en el mismo rol de mis padres y cual madre complaciente trato de que él disfrute como lo hacía yo.
Allí permanecen el mismo carrusel, los avioncitos, la estrella… maquillados para que luzcan mejor, pero con la misma tecnología y el peso del tiempo encima, cargas que los hace inconstantes en el servicio.
El pasado 18 de diciembre reabrió el parque infantil Paquito González Cueto después de una reparación general. En aquel entonces funcionarios de Comunales explicaron que faltaban cosas por hacer, como poner el toldo de las sillas voladoras, por ejemplo. Ha transcurrido casi un año y allí sigue la atracción en el suelo sumando herrumbres a su estructura.
El anfiteatro se exhibe cual museo en ruinas. Ha quedado como pasarela para que los niños salten sobre los pequeños banquitos que otrora servían de asiento a quienes preferían disfrutar de magos, payasos o juegos de participación. La opción actual es poner música grabada.
A las limitadas atracciones estatales se han sumado los trabajadores por cuenta propia y amenizan el entorno con parques inflables, “paseos” a caballo, en pequeños autos y la venta de juguetes y golosinas.
Y si entrecomillo la palabra paseos es sobre todo para referirme a la relación que tiene con el precio. En el reducido espacio del parque una vuelta de cualquiera de los servicios mencionados en el párrafo anterior cuesta 20 pesos, ¿qué hacer cuando el niño empieza a disfrutar justo al terminarse el tramo, o si solo estuvo tres minutos dentro del parque inflable?
Sacas el pago del bolsillo una y otra vez, y de 20 en 20 se va el salario, pero te regocijas con su alegría aunque te duela el pecho, más aún si ante la variedad de juguetes elige el tractor de 300 o el carro de 450.
Sin embargo, no corren tal suerte las ofertas gastronómicas, pues la venta de helados y otras chucherías mantienen cierta estabilidad, aunque el algodón de azúcar no sea el mismo de antes y también entre en el saco de los 20 pesos.
El “Paquito” abre de martes a domingo, pero es indudable que sea este último día el de más afluencia, ¿por qué entonces no proteger el servicio eléctrico, al menos en el horario de la mañana?
Si es este el epicentro de la recreación infantil en la ciudad los fines de semana, ¿por qué carece de actividades culturales para los pequeños?
Vivimos en tiempos de estrechez económica y sería utópico pensar que con las limitaciones que tiene el país se cuente con un parque de diversiones del primer mundo, pero no todo depende de problemas objetivos con la economía y sí de la iniciativa y las buenas intenciones.
Que confluyan en el mismo entorno servicios estatales y trabajadores por cuenta propia es más que válido, pero el poco espacio de la instalación para tales fines atenta contra la calidad del servicio y lamentablemente abre brechas entre unas y otras formas de gestión.
Es cuestionable que no ha pasado siquiera un año desde la restauración y muchas de las atracciones dejan de funcionar indistintamente y otras permanezcan en el olvido.
Escenarios como estos son más que necesarios hoy para que los niños puedan gozar de un esparcimiento sano y a la vez socializar, recrearse, liberarse de la tecnología que los atrapa sin remedio. Muchas veces depende más de emprendimiento constante, de voluntad institucional y de una integración armoniosa entre la cultura, la economía y el conocimiento de las necesidades espirituales de la población que de carencias materiales. Nuestros niños también necesitan de estos espacios para ser felices.