¡Al fin! Sí, rebasamos el tan nocivo, oscuro y sabe Dios cuántas cosas más 2021. ¡Qué año! 365 días que nos acuchillaron y exprimieron el cuerpo y alma por cuanto resquicio tuvieron la oportunidad.
Mas, sin importar el dolor, la psiquis, ya entrado el 2022, persevera en la confianza de que los malos días son cosa del pasado y que este nuevo periodo que nos aguarda necesariamente tiene que ser mejor.
Sí, coincido con muchos en que, sumado a las grandes repercusiones económicas, tanto a lo interno como a lo externo, el 2021 nos dejó huellas imborrables y espacios que jamás serán llenados. Pérdidas desgarrantes si se quiere.
Más allá de lo personal, Cuba demostró también que bajo amenazas se pudo ser eficaz en la apuesta por nuevos proyectos de carácter social y gubernamental.
Sin embargo, no hubo amedrentamientos, y por ello iniciamos inversiones en la Salud, la Educación, la Ciencia y la Cultura; inversiones que continuarán este año, demostrando una vez más que ¡Cuba Va!
Pero, cubanos al fin, y sin importar el confinamiento del que aún nos cuesta salir, si de algo nos sirvió el pasado año fue para conocer nuestras debilidades, pero también nuestras fortalezas y la confianza en nosotros mismos en los momentos más punzantes.
Y en este aspecto es importante detenerse y pensar. Asimilar a conciencia lo que nos golpeó y cómo debemos superarlo; es momento de suturar las heridas y de andar, pues nada se logra si el empeño y las aptitudes y actitudes lastran por tierra.
Si miramos con intención de futuro, la historia del 2021 debe servirnos como libro de cabecera a modo de material de estudio, como provechoso aprendizaje para remontar los obstáculos que sí, ya iniciado este nuevo año están ahí.
Este es un tiempo para apropiarnos más que nunca de las inmensas palabras de nuestro Comandante en Jefe cuando expresó que “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado”.
Pero para ello debemos ser conscientes del momento histórico que transcurre, de los escenarios nacionales y foráneos. La mirada crítica no debe faltarnos, y pasar del negativismo y la dejadez a lo pragmático y a lo socialmente oportuno no debe ser consigna, sino hecho sólido. Deben primar los modos de hacer, de crear, de edificar, de construir.
Es momento de revisarnos a lo interno y pensar en qué podemos ser útiles a la sociedad, al prójimo y a nosotros mismos como entes sociales partícipes de un proyecto social de futuro.
Basta de encuentros improductivos para “orientar” o decir todo lo que sabemos con solo levantarnos de la cama en las mañanas. Que el miedo al impulso no nos ocupe la mente y frene nuestro desarrollo cotidiano.
A este fin que desalojar de cada rincón las ineficiencias e ineficacias sea prioridad. Y que combatir las ilegalidades y los malos procederes lejos de constituir una obligación sea un ejercicio de derecho y de sabiduría y seriedad.
Debemos imponernos metas que destierren el burocratismo y las inoperancias en todos los niveles, que la desidia sea una enemiga íntima y acérrima; y lograr que las rutinas productivas lo sean en verdad y no solo lo aparenten en informes, papeles o reuniones.
Para ello debe imponerse que nuestra economía nacional funcione con más incentivos que prohibiciones y que la incipiente industria no estatal a modo de mipymes también florezca.
Seamos reflexivos y comencemos a producir y no a exhortar a serlo y así abolir las trampas inflacionarias que nosotros mismos hemos creado.
Crear un 2022 donde lo soñado sea real depende solo de nosotros y no de terceros como muchos piensan. Por ende, para barrer lo inútil y salir airosos, este año, y bajo el uso y ejercicio pleno de nuestra conciencia y facultades físicas, resulta de forma intensa y necesaria un “voy a mí”, como dirían los guapos y los arriesgados.