De veras sorprendente ha sido que la Real Academia Española (RAE) haya vuelto a ocuparse de la tan llevada y traída acentuación del vocablo “solo”. Cuando parecía que todo sobre ese particular estaba dicho, en días pasados se produjeron acalorados debates en los círculos académicos para tomar nuevas decisiones al respecto.
La polémica fue intensa durante varias semanas y, finalmente, la conciliadora declaración afirma que esta palabra llevará tilde en caso de ambigüedad únicamente, aspecto que será determinado por el propio autor del texto.
Para cualquier filólogo, como el que suscribe estas líneas, lo aprobado en sesión plenaria puede interpretarse como otra manifestación del sentido de economía que también ya caracteriza a los cambios en el campo lingüístico y hasta una diáfana expresión de la democratización que en la modernidad esta respetable institución ha asumido.
Pero hasta qué punto puede ser riesgosa, solo el tiempo lo dirá. Pienso cuánto puede significar para los que ejercemos la docencia en cualquier nivel educativo. ¿Habrá siempre coincidencia en la tan cuestionable ambigüedad? El desafío mayor se producirá, sin dudas, a la hora de revisar y evaluar lo escrito por el estudiante. Sin anticiparme a lo que puede ocurrir, la experiencia pedagógica me dice que este vocablo se convertirá en una especie de fetiche, y será mejor “no meterse” con él, no tocarlo. La Academia aclara que constituirá un error ortográfico colocar la tilde cuando no exista ambigüedad alguna.
Lo que nadie podrá evadir será la incuestionable duplicidad funcional que esta palabra cumple en el discurso: me refiero, desde luego, a su valencia adjetiva o adverbial, incógnita que en última instancia despejará el contexto en que se emplee. Esperemos, pues, a ver qué pasa. A todos nos importa, porque todos usamos el idioma como instrumento fundamental para la comunicación.