Muchos cubanos creen saber todo de Martí, pues como buenos estudiantes conocimos de la historia de Cuba. Su pensamiento de cuerpo y alma nos llega casi diariamente, gracias al enorme caudal de ideas que legó a las generaciones contiguas. Reflexiones que sin dudas se evidencian cada día como aforismos infalibles.
Aún se hace palpable la vigencia de cada una de sus palabras, pues entre otras, sus ideas de independentismo y antimperialismo caminan bajo el brazo de los cubanos como libro de obligatoria lectura y rosario de innegable rezo.
Sin embargo, la Cuba de antaño no se parece a la nuestra por motivos diversos y harto conocidos.
Mañana se cumplirán 170 años del nacimiento del más universal de todos los cubanos y por más que lo intento, no dejo de preguntarme qué diría Martí de estos tiempos que corren.
Particularmente pienso que el ideario martiano está y estará presente en nuestras vidas, en la medida que seamos capaces de asumirlo y practicarlo en estos tiempos tan convulsos y oscuros, en los que se hace necesario más que nunca transformar la realidad para bien cimentados en la utilidad de la virtud.
Martí nos llamaría en primera instancia a la unión, a hacer causa común, pues como dijera, “ya es la hora del recuento, y de la marcha unida para andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de Los Andes”.
Llamaría a redimirnos con el presente y nos diría que creciéramos, porque los hombres crecen innegablemente y de una manera visible cuando por instinto propio hacen el bien.
De esta forma, también nos censuraría la avaricia y el consumismo por aquello de que está condenado a morir un pueblo en el que los intereses se mueven por sucumbir ante las riquezas, la avaricia y la desidia.
Y ante lo anterior alegaría: “Los hombres necesitan quien les mueva a menudo la compasión en el pecho, y las lágrimas en los ojos, y les haga el supremo bien de sentirse generosos: que por maravillosa compensación de la naturaleza, aquel que se da, crece; y el que se repliega en sí, y vive de pequeños goces, y teme partirlos con los demás, y sólo piensa avariciosamente en beneficiar sus apetitos, se va trocando de hombre en soledad, y lleva en el pecho todas las canas del invierno, y llega a ser por dentro, y a parecer por fuera, —insecto”.
Nos instigaría a continuar con la búsqueda, de la que también habló el Che, de ese hombre nuevo. De un hombre con nuevos paradigmas educacionales y sociales, que tanto necesita y precisa hoy nuestra América toda. Nos retaría a crear y forjar hombres vivos, hombres directos, hombres independientes, hombres amantes. Hombres que sobre sus hombros, espaldas y brazos curtidos no cesaran de proteger cada conquista lograda, pero por sobre todas las cosas, formar a hombres revolucionarios y hombres de bien.
Mucho tendría que decir Martí sobre los retos de la Cuba actual. De un país y una época compleja donde nos mantenemos vacilantes y expectativos ante la cultura del tener y la exaltación de la banalidad y lo material.
Creo con fervor, que en honor a este nuevo aniversario, deberíamos pensar y obrar más martianamente al trabajar sin descanso, vencer cualquier obstáculo, combatir toda la injusticia y prepararnos para servir mejor e incondicionalmente a nuestra Patria.
Con estas ideas, tanto los pinos viejos como los pinos nuevos, debemos cultivar la hermosa obra de esta Revolución martiana que nos legó Fidel. Esta en la que la juventud arrojada, bajo el consejo sabio de quienes la antecedieron, haga cuanto parezca imposible, transforme en milagro el barro, y lo haga siempre con el respeto, la alegría y el compromiso de quien se sabe martiano.