A veces pienso que en un futuro no muy lejano, cuando tenga mis hijos, los instaré a que hagan lo necesario para ser independientes económicamente, con una celeridad mayor a lo que lo pudimos serlo nosotros –mi generación– y las generaciones posteriores.
Por supuesto, pienso en la permisividad de todo o casi todo, siempre y cuando primen los valores éticos y cívicos como carta de presentación irrevocable. No importa si la decisión oscila entre una brecha tan amplia como coser zapatos, “botear” o fundar y dirigir una Mipyme.
Digo lo anterior, precisamente al ver y valorar de forma diaria la depresión económica de nuestro entorno cotidiano, donde el dinero es el mayor protagonista.
Sin embargo, tras meditarlo a conciencia, me pongo en plan padre imaginario a regañarlos y a obligarlos a cumplir un itinerario docente que culminase en un título universitario. Ya después podrían hacer lo que quisieran.
Soy un producto de mis progenitores, como supongo lo seamos todos, cuando en al menos una vez al mes nos decían que un título siempre hacía falta.
Hoy mi opinión es dividida entre si tenían o no la razón durante mis estudios, pero no es el tema central.
Lo que me preocupa es la propia concepción, construcción gramatical o pragmatismo casi imaginario de “hacer lo que nos gusta” con gusto, sirva la redundancia.
Esto resulta muy raro y difícil hoy día, pues salvo en raras excepciones, el sudor de la frente casi nunca viene acompañado de nóminas opulentas a cobrar. Por cosas que tiene esta vida, hacer lo que nos gusta no genera los mejores ingresos. Es algo así como que la cola de al lado siempre avanza más rápido.
Y es que es hasta irónico, pues con el costo de la vida, y la urgencia de ganar más, la frase “a mí me gusta mi trabajo”, ya queda en entredicho, y no es algo que se escuche a menudo.
Más bien, lo que responden muchos ante la pregunta de la realización personal son cosas como “me va bien”, “estoy cómodo” y tantas otras.
Hoy día, ante ofertas de trabajo afines, las primeras preguntas que asoman son: ¿De cuánto es el salario? ¿Hay alguna búsqueda extra ahí? Cuestionamientos que deberían ser bien diferentes como la posibilidad de superación o reconocimiento público.
Pero desafortunadamente, en un mundo cada vez más monetizado, esto es lo que preocupa a los jóvenes. La realidad de tener cada vez más dinero. Pareciera indicar que aquello, por lo que alguna vez todos luchamos o aspiramos como la realización personal, quedó en el pasado. Habría entonces que preguntarse y debatirse entre si seríamos realmente felices en nuestros oficios, o como dijera el dicho, “compraríamos” esa felicidad.
Lo cierto es que hacer lo que place y lo que estudiamos, es de cierta forma lo que nos hace útiles a la sociedad, o que nos engrandece y eleva como personas, y con lo que mejor servimos a la nación.
Es demasiado triste la realidad de estudiar por más de 20 o 30 años para engavetar un título universitario.
Afortunadamente, en el ejercicio diario de la vida, Cuba comienza a dar pasos en este sentido. Ejemplo de ello son las mejoras salariales en los sectores de Educación y Salud.
Esto, y a la par de un verdadero estudio y reforma salarial piramidal como corresponde, en el que a cada cual, según su trabajo, responsabilidad, sudor, sacrificio y estudios, debería ser más que una tendencia, una meta objetiva a alcanzar.
Quizás con ello, al final del día, no llegaríamos al hogar explotados y desmotivados, solo con el empuje de una estimulación monetaria. Un día a día que lejos de saciar el alma, solo llena nuestros bolsillos por momentos.