A tono con las celebraciones por el aniversario 60 de la Organización de Pioneros José Martí y 59 de la Unión de Jóvenes Comunistas, Guerrillero les trae la historia del estudiante universitario de Pinar del Río, Pedro José Ramos Toste, quien, a lo largo de estos meses de pandemia, ha aprendido verdaderas lecciones de humanidad y servido a su país en disímiles tareas.
Hace varios días, mientras esperaba por un ómnibus en la parada próxima a su vecindario, en el consejo popular Hermanos Barcón, Pedro José Ramos Toste escuchó sin proponérselo el diálogo entre dos ancianas. Comentaban asuntos cotidianos. Una de ellas le habló a la otra de un muchacho flaquito que organizó por unas semanas las colas del quiosco del barrio. Se distinguía por la cortesía con que trataba a todos.
«La amabilidad es cosa rara en estos tiempos», coincidieron las conversadoras y prosiguieron con sus elogios para aquel joven que, casualmente las escuchaba, sin identificarse, disimulado detrás de su mascarilla y de su humildad.
“Si supieran que es de mí de quien hablan», dijo Pedro para sus adentros y sonrió satisfecho de sí mismo.
Poner orden en las colas, es apenas una de las muchas tareas de impacto que desempeñó desde que en marzo del pasado año se identificaran los primeros casos positivos a la COVID-19 en Cuba.
Desde entonces ha tomado parte en trabajos productivos en fincas y organopónicos; ha integrado las brigadas de Jóvenes por la vida, encargadas de velar porque se cumpliera el distanciamiento físico en las playas durante el periodo estival; ha coordinado al grupo de estudiantes de la FEU encargados de la mensajería de medicamentos para personas vulnerables en el consejo popular Hermanos Barcón y ha prestado servicios como voluntario, en nueve ocasiones, en el centro de aislamiento para viajeros (posteriormente hospital de campaña para sospechosos y contactos de casos positivos) abierto en su institución docente: la sede pedagógica Rafael María de Mendive, donde cursa el segundo año en Educación Artística.
“Mis primeros días como mensajero fueron bastante ajetreados. Debía cubrir tres circunscripciones distantes entre sí, y un montón de casos que me mantenían ocupado buena parte del día. Lo más difícil en un inicio fue logar la empatía con los ancianos. Uno se les presentaba como estudiante, como alguien que los ayudaría; pero era normal que les preocupara poner en nuestras manos cosas preciadas como su carné de identidad, su tarjetón y el dinero de los medicamentos, para muchos, una suma difícil de reunir.
“A medida que pasaban los días establecimos lazos de afecto con cada uno de ellos. Se acostumbraron a las visitas y vieron en nosotros una presencia refrescante. Querían halagarnos de cualquier manera y ofrecernos detalles humildes para expresar su gratitud, pero les explicábamos que nada de eso era necesario. Solo cumplíamos con nuestro deber”.
Durante aquellas jornadas de tanta incertidumbre, en las cuales poco se conocía aún sobre el coronavirus, Pedro se lanzó a ayudar a otros y vivió momentos que cambiarían su visión de la vida.
Pese a la resistencia de su familia, que temía por su salud, este muchacho de cabellos alborotados, aficionado al canto y a la guitarra, llegó hasta el centro de aislamiento para viajeros habilitado en el Pedagógico, para ofrecer el esfuerzo de sus brazos y toda la energía de sus 21 años.
El mes de agosto lo sorprendió en ese sitio y le hizo sudar bajo la sobrebata que escudaba a su cuerpo.
Volvió en diciembre y con sus compañeros de labor, organizó un festejo sencillo para saludar el aniversario 98 de la FEU.
El 27 de enero también coincidió con su estancia en zona roja. Esa vez su grupo se armó de algunas latas viejas a las que prendieron fuego en el parqueo del Pedagógico para evocar la tradicional Marcha de las antorchas.
“Hubo días en que nos cogieron las ocho de la noche trabajando. A esa hora nos íbamos a descansar o sacábamos fuerzas para repasar las guías de estudio que nos dejaban los profesores a través de la plataforma Moodle.
“Era doble el esfuerzo y los pacientes se sorprendían de que hiciéramos todo de forma voluntaria y a cambio de ningún pago.
“De mi estancia en el hospital de campaña, lo mejor fue la convivencia con la gente. Allí conocí a personas difíciles de olvidar como Ana Luisa, una señora de La Conchita que permaneció muchos días ingresada debido a la demora de los resultados de su test de PCR.
“Quería limpiar los baños al parejo de nosotros. Le decíamos que se estuviera quietecita, que no podía hacer algo así; pero ella desesperaba de las ganas de ayudar. El día en que le dieron de alta se despidió de todos cariñosa y el 31 de diciembre tuvo en cuenta llamarnos por teléfono para expresarnos su cariño y buenos deseos.
“Ese afecto y la gratitud de las personas que atendimos hicieron que valiera la pena cada segundo en la zona roja, en la cual encontré un espacio para perfilar mi carácter y convertirme en un mejor ser humano”, aseveró Pedro.
“Mis abuelos, mis padres, siempre me cuentan sus vivencias, y ahora ya tengo algo que contar yo también. Me he sentido parte de un proyecto necesario. ¡He sido parte de Cuba!”.