La familia de Yamisladys se ha acostumbrado a ver solo una porción de su rostro, el hijo de Ana hace más de dos meses que no recibe un beso de su madre y el nieto de Taisi apenas reconoce a su abuela materna; y es que estas mujeres, por el bienestar de los suyos, decidieron extremar las medidas higiénicas y de distanciamiento en sus hogares.
Desde enero ellas trabajan en la zona roja del Complejo Científico Ortopédico Internacional Frank País, una de las instituciones de salud que en la capital modificó sus servicios para asistir a pacientes pediátricos positivos a la COVID-19 y sus acompañantes.
Tiempo atrás, en abril y mayo de 2020, también estuvieron en la zona roja y en aquel momento regresaban a sus viviendas con PCR negativo y luego de 14 días de aislamiento; pero hoy la compleja situación epidemiológica de La Habana no lo permite y se marchan a casa luego de cada jornada.
Para Yamisladys Ramírez el SARS-Cov-2 es un enemigo a vencer cada día, y aunque no está directamente relacionada con el trato a los pacientes, como auxiliar de limpieza queda a su cargo la higiene de las salas y pasillos por donde transitan el personal de salud y los enfermos.
Empleamos una frazada de piso para cada cuarto y destinamos otra al pasillo, ninguna se puede confundir pues estaríamos moviendo la infección de un lado a otro, dice.
“Al hospital llegamos a las ocho de la mañana y permanecemos hasta las cinco de la tarde, todos los días, incluso sábado y domingo. Entre todos tratamos de ayudarnos y protegernos, usamos dos guantes, máscaras, el nasobuco no falta y el lavado de las manos es frecuente; aún así procuro que no me besen, ni visito a nadie, por si acaso”, comenta.
Garantizar que el equipo médico del Frank País cumpla con rigor las normas de bioseguridad para evitar posibles contagios es la función de Ana Deysi de Armas, quien se desempeña como vigilante epidemiológica de la institución y aspira en un futuro iniciar la Maestría en Epidemiología.
Cada profesional al llegar al Complejo Ortopédico abandona sus pertenencias y pasa a ser uno más con el piyama verde, gorro, nasobuco y máscaras, y al llegar a la zona roja recibe botas, sobrebata y guantes; medios que protegen del contagio, pero hay que estar alertas, son muchas horas bajo ese amasijo de telas que complejiza el trabajo y da calor.
No obstante, a Ana parece no molestarle y se mueve ligera de un lado a otro, pendiente de cada detalle, tanto desde el puesto de mando como dentro de la zona roja.
“Las medidas higiénicas son tan válidas para nosotros aquí como para las personas que están en la calle, y es necesario que el pueblo cubano concientice el riesgo que corremos todos, la COVID-19 es una enfermedad que va a quedarse por largo tiempo y no tiene nombre”, señala.
Cuenta la Máster en Enfermería Taisi Hung Fernández, al frente de la sala de pacientes pediátricos, que trabajar con los niños y sus padres supuso un reto pues siempre se había relacionado con adultos y desde la Ortopedia.
La atención a los menores de edad es bella, son muy agradecidos y más aquellos adolescentes que llegan solos y tenemos que esmerarnos en el trato, para que no sientan tanto la ausencia de sus familiares, expresa.
“Es muy triste ver niños que llegan con patologías descompensadas, uno se encariña con ellos y al no ser este un hospital pediátrico tenemos que remitirlos, entonces te queda la duda de qué les habrá pasado”, refiere.
Taisi debe cerciorarse de las necesidades de los pacientes y preocuparse por el trabajo del personal, desde las pantristas, médicos y las auxiliares de limpieza, para lograr que no se infecten.
“La población a veces no se da cuenta hasta dónde tiene que cuidarse, a mí me duele ver las personas aglutinadas en las calles o que usan incorrectamente el nasobuco, porque después pueden ser pacientes positivos al virus.
“A nosotros no nos pesa atenderlos, nos formamos para eso, pero el personal de la salud se desgasta también y esta es una batalla de todos”, insiste.
Cuando en enero la institución se convirtió en hospital COVID-19, Taisi comenzó a trabajar como parte del equipo médico, sin horarios, pues asegura que mientras se necesite ella está en el Frank País.
En casa queda atrás su madre de 80 años, su hija que hace tres meses dio a luz a su pequeño nieto, que no abraza desde entonces, y para que la conozca a veces se retira el nasobuco a más de dos metros de distancia y sin tocarlo.
Se hizo la costumbre de comer sola en el cuarto o después de los demás, para evitar posibles contagios y únicamente a la hora de dormir es cuando abandona la mascarilla sanitaria; “la suerte es que tenemos un estricto protocolo”, advierte.
Al abandonar la zona roja, cada profesional se despoja poco a poco de las prendas que los protegen, “todo tiene una forma de quitarse”, indica Ana.
Luego, los trabajadores se trasladan a las habitaciones donde dejaron sus pertenencias y después de bañarse regresan a sus casas en el transporte del hospital, y ahí continúan con los cuidados.
Yamisladys, Ana y Taisi son apenas el reflejo de las miles de profesionales de la salud que sin dejar de ser madres, hijas, esposas y abuelas se esfuerzan por hacerle frente a una pandemia que no llegó para quedarse, y en aras de que día a día esta pequeña isla del Caribe sea un país mejor.