A veces me pregunto quiénes dominan al mundo, si los “derechos” o los “zurdos”. Es una pregunta totalmente sensata si, más allá de toda lógica, entendemos que a unos les molestan los otros en casi todos los aspectos de la vida diaria.
Pensemos, por ejemplo, en una mesa a la hora del almuerzo. No existe cosa más incómoda que darse codazos. Es una lucha constante por tener la mayor cantidad de espacio posible para desarrollarse y hacer uso de las facultades personales. Quedémonos con esta última idea.
Y no me dejarán mentir, a casi todos nos desnivela el tino, el mero hecho de observar a alguien mal haciendo –o intentando hacer– cualquier tarea. Nos resulta incómodo, antinatural. Seguramente, también coincidirá conmigo en que tal pareciera que estamos programados para desdeñar a quienes les gusta pasar trabajo para lograr algo.
Y no es menos cierto. El mundo está diseñado para nosotros, los “derechos”. Serlo es lo natural, lo correcto, y así lo establecen las convicciones sociales y leyes internacionales. Ahora bien, que “los zurdos” se presten para empañar nuestros esfuerzos y a echar por tierra lo que bien funciona, es un mal a corregir.
A estas alturas debería disculparme con aquellas personas de mano izquierda. Ojo, entiéndase que lo anterior es pura analogía. Estas líneas no hablan de manos, de diferencias genéticas, ni mucho menos de tendencias políticas.
Entiéndase el término de “zurdismo” como inoperancia, desaciertos, burocratismos, comodidades y otros males que nos aquejan día a día y que parecen no tener una solución probable y efectiva a causa de malos decisores.
Lo cierto es que estamos rodeados de personas “zurdas”, y no solo por el hecho de que no sepan hacer tal o más cual cosa, o realizar y llevar a cabo cualquier función o tarea. Estas personas parecieran disfrutar de su incapacidad y conformarse con el hecho de que nada salga como debería.
Ahora, al confrontar a alguien con el toque correcto sobre determinado asunto a solucionar, estos personajes enrumban entonces hacia las justificaciones, los pretextos, y asuntos relativos a terceros que escapan de sus competencias.
Y con esto existe un problema, pues hay una marcada tendencia social a esto que he catalogado como “zurdismo”, o sea, el incremento de personas incapaces, torpes, inoperantes. Esas, a las que les da igual si Cuba funciona o no.
Esto puede evidenciarse de forma fácil en cualquiera de las esferas socio-políticas de nuestro país, y los ejemplos son harto conocidos por todos. Usted mismo, amigo lector, a lo largo de su vida –y quizás en demasiadas ocasiones– ha sido una víctima de este mal.
Somos “zurdos” cuando ante un problema o necesidad preferimos hacer nudos antes que soltar las amarras, cuando elegimos la comodidad de un escritorio o buró al fango entre los zapatos.
Lo somos cuando maltratamos o decidimos pelotear; cuando apocopamos un inconveniente determinado; cuando vilipendiamos a terceros, o cuando, simple y convenientemente, la solución no está en nuestras manos.
“Trabajar sobre la base de…”, “ya tenemos identificado el problema”, “estamos esperando a que el organismo superior lo autorice” y “el asunto tal no es una prioridad en estos momentos” son frases típicas del “zurdismo”. Así que, si usted las utiliza, pues deshágase de ellas.
Es lamentable que debido a este fenómeno se dejen perder cosechas, no se tengan operativas determinadas maquinarias y equipos en los momentos necesarios, y se acrecienten y escalen problemáticas menores que con un breve análisis pudieran tener un final más feliz.
Justificar, esperar a que nos digan qué hacer, no tomar o evadir responsabilidades, utilizar al bloqueo estadounidense como justificación o escudo y mantener una postura obtusa frente a determinado asunto, es un mal síntoma de que estamos incubando una “enfermedad siniestra”.
Ahora, ¿cómo hacerle frente a esta tendencia de inmovilidad e incapacidad? Pues sencillo: lo “derecho”, lo correcto y más satisfactorio es estar allí, donde surgen los problemas para hacerles frente, o al menos acompañar a quienes los padecen.
La sensibilidad, el humanismo, altruismo, compañerismo y camaradería, así como el sentido de la responsabilidad deben constituir, más que métodos, herramientas de trabajo para sortear carencias y vicisitudes diarias, si de verdad queremos ser parte de la buenaventura.
El no tener o no contar con la solución definitiva no implica inmovilidad per sé, sino más bien la ocasión para acudir a la escucha y a la explicación del por qué; la oportunidad perfecta para aunar esfuerzos y energía colectiva en pos del bien común.
Por ende, e independientemente de la preferencia genética con la que hayamos nacido, evitar el “zurdismo” nos hará mejores personas, y sin duda alguna, ayudará a que nuestro entorno, nuestro radio de acción y el día a día sean más llevaderos.