Leandro Rodríguez Malagón
Nació en Quemados de Pineda el 13 de marzo de 1899, hoy Cooperativa el Granma, en Minas de Matahambre. Casado con Rosa Chávez Díaz, tuvieron 8 hijos. Campesino pobre vivió en pésimas condiciones, no sabía usar zapatos. Las condiciones económicas de su familia no le brindaron la posibilidad ni tan siquiera de soñar con escribir o leer, ni aspirar a ir a la escuela. Fue después del triunfo de la Revolución que un alfabetizador le enseñó a firmar con su nombre y apellidos al menos, eso recuerda.
Malagón repetía que su edad había que contarla desde el año 1959 para acá, porque para él, como para tantos de su clase, la vida comenzó realmente con las transformaciones y cambios en el campo y en los hombres de la tierra.
Cuando alguien le pedía que hablara de su niñez, decía sentir escalofríos nada más de acordarse de cómo fue su vida y la de sus hermanos, y cómo por fin un día pudo vestir sus pies con alpargatas y hasta casi sentirse rey mientras duraron, pero cuando se le rompieron no sabía de qué manera reemplazarlas.
Muy entrado en años ya, hablaba del último día que trabajó. Esa mañana inolvidable cuando llegó a su casa y la hija le dijo al tocarlo:- “Papá, usted tiene fiebre”, mientras el termómetro marcaba más de treinta y nueve grados. Después, cada vez que amanecía fresco, repetía: “Ya pronto vuelvo a trabajar…. ¡Caballero, si yo tuviera diez años menos!”.
Entonces venían a su memoria las imágenes de aquel andar con sus pantalones amarrados con ariques de yagua; los pies, aguantando los mochos de alpargatas y un hambre de tres cuerpos rodeándole la cabeza. También acudía el recuerdo de aquella noble mujer de la familia de los Mamposo, llevándole un cartucho lleno de chicharrones y boniatos que Malagón apretaba ávido entre sus rugosas manos, para luego de darle las gracias, salir como una flecha y compartirlo con sus hermanos. Fue terrible esa hambre, inolvidable, que hasta semilla de palo les hizo comer en ocasiones, hambre también, que los acompañaba como terrible enfermedad, la hambruna.
Guía principal de Antonio Núñez Jiménez en la gran Caverna de Santo Tomás, querido y respetado por todos los miembros de la milicia, en el año 1959 le pidió a Fidel dos cosas, primero que si llegaba vivo a los 90 años le mataran un toro ese día. Se cumplió y Raúl vino a la visita de cumpleaños el 24 de noviembre de 1999.
Así fueron algunas de las vivencias de este hombre sencillo y bueno, a quien un día, en los inicios de la Revolución, se le encargó reunir y dirigir a campesinos leales como él, que se vistieran de hombres probos para defender lo suyo por siempre, capaces de acabar de una vez y por todas con las fechorías de asesinos contrarrevolucionarios alzados en la zona y que pretendían arruinar sus sueños.
Luego de la misión de captura al Cabo Lara, trabaja como obrero, militante del PCC, miembro activo de la LCB y participa en todas las actividades hasta su fallecimiento.
El conocer al capitán Antonio Núñez Jiménez lo haría feliz y dichoso. Recuerda con alegría el encuentro con este hombre de ciencia, que se empeñaba en hacer su segundo libro de Geografía de Cuba, ya que el primero, el presidente Fulgencio Batista lo mandó a incinerar, desconocedor de las bellezas de Cuba, y que Núñez quiso que todos los cubanos y el mundo conocieran también, y es que Malagón sentía el orgullo de ser uno de los más cercanos colaboradores de él, en la zona de Viñales.
Siempre sintió el engreimiento de que en verdad, en esta obra de los libros, era importante el trabajo con el Niño y otros que le acompañaron, y que sus fotografías ilustrarían la realidad del campesino cubano de entonces.
Qué feliz los días de la nueva edición de Geografía de Cuba, cuando su gran amigo quiso que todos estuvieran, o en los días de viaje a la URSS y los países socialistas de Europa del Este, en el período de 1986-1987, a donde fueron con un miembro de sus respectivas familias.
De Fidel recordará que en la última práctica de tiro en Managua, al terminar, lo llamó y le dijo: “Mira, tienen tres meses para que capturen a esa gente”. Entonces yo le dije: “Comandante, fíjese que ese hombre es jíbaro y lleva tiempo huyendo. Y él me dijo: “Sí, pero ustedes conocen esa zona mejor que nadie y como ustedes la conocen, ustedes lo van a coger.”
Pero el mayor de todos los orgullos fue el servirle a la Patria y el poder elegir los hombres de la milicia, sus hermanos de lucha, que los distinguiría para siempre y, decidir cuál de todos sus compañeros era el más querido, le fue difícil.
“Yo le voy a decir la verdad, yo los quiero a todos. Cuando se ha combatido juntos, los lazos que se crean son firmes, son poderosos. Yo los quiero a todos. Pero en realidad al que más, así, apego le tengo, es a Juanito Paz. Es el más joven. Tenía creo que veinte años cuando ingresó en la patrulla. Yo lo conocía desde siempre. Pero en la patrulla los lazos se fueron estrechando. Yo lo veo como un hijo. Recuerdo que antes de salir de operaciones yo les decía a todos: “Bueno, ahora tosan bastante y fumen bastante y hagan todo lo que quieran, porque salimos de operaciones dentro de media hora.” Entonces Juanito se ponía a toser, aunque no tuviera ganas, para mortificarme y fastidiarme y eso. Y yo al principio lo miraba serio pero después me reía. Él siempre estaba jugando conmigo y yo sé que él también me quiere mucho, como yo a él.”
Leandro ostentó el grado de Capitán y, como quiso, fue sepultado en el Moncada donde se iniciaron. En el memorial están sus restos en la bóveda Cuatro. Falleció el 24 de noviembre de 1989.
Obtuvo numerosas medallas que llenaron su pecho noble de campesino y condecoraciones que hoy guarda el Museo del Memorial como:
- Vigilancia de los CDR.
- La de la solidaridad.
- Producción y Defensa.
- Treinta años de victorias del 56-86
- Internacionalismo voluntario
- 19 de Abril
- Veinte Años de victorias56-76
- La Sociedad espeleológica
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